Reformar la reforma

La reforma de la Ley del Trabajo debía haber sido el hecho económico y político del año, y no un simple registro dentro del pulso electoral que nos arropa. Incluso su impacto electoral fue mucho menos importante de lo que el Gobierno quiso. Más allá de que el principal comunicador del país no estuviese en su mejor condición para darle el trato electoral esperado, hay una realidad económica que le resta importancia política a la ley: ella aplica sólo a la mitad de la población trabajadora. En términos económicos, la LOT puede ser un lastre tanto para el Gobierno como para la empresa privada; sin embargo, su aplicabilidad dentro de un año, junto con el tema legal de su constitucionalidad, han sido válvulas de escape para diferir o anular los efectos prejudiciales de una Ley del Trabajo pensada con fines puramente electorales. Como se sabe, la reforma era una deuda que se tenía con la nueva Constitución. Formaba parte de uno de los temas sobre los cuales los grupos obreristas del Gobierno ejercían mayor presión. Para el Gobierno el tema obrero y sindical es un problema. El autoritarismo socialista toma muy en cuenta a los sindicatos, mientras se está en la oposición. Cuando se es gobierno, estos tienen dificultades con los sindicatos por varias razones. Primero porque los consideran reformistas, cuando no simples grupos cuyos objetivos reivindicativos les nubla la mirada política y revolucionaria. Cuando el Estado se va haciendo con los medios de producción, como es nuestro caso, se convierte en patrón y, en consecuencia, los sindicatos combativos estorban y hasta se consideran contrarrevolucionarios. En segundo lugar, el Estado, con más de 3 millones de empleados, se ve comprometido en sus finanzas y las discusiones de los contratos se convierten en una materia que agobia al Gobierno y lo coloca en el disparadero permanente de ser un patrón que no...

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