La función debe terminar

Cuando se sospecha que quienes administran el país lo hacen como delegados de un poder supranacional o extrainstitucional, entiende uno por qué el aparato administrativo pareciera estar a cargo de una compañía teatral cuyos actores simulan administrar la toma de decisiones. Y es que, al ver cómo se bate el cobre en la roja Venezuela de hoy, pensamos que, para impartir órdenes, apenas se necesita aparentar que se tiene la sartén por el mango, para lo cual basta con que cada uno de los actores que fingen estar en funciones de gobierno memorice las líneas de un guion, elaborado en alguna sala situacional de La Habana o Fuerte Tiuna, y las recite cuando le corresponda.El problema estriba en las sobreactuaciones y en los yerros que hacen de cada ensayo una comedia de equivocaciones.Se cuenta que durante el ro daje de Marathon man John Schlesinger, 1976, Laurence Olivier se habría mofado de Dustin Hoffman quien, según testigos, extremaba hasta lo indecible la preparación de su personaje recomendándole que probara simplemente con actuar. Aunque, el oscarizado y metódico protagonista de Tootsie Sydney Pollack, 1982, ha negado la veracidad de la anécdota, la misma fue contada por el propio Olivier en más de una ocasión y echamos mano de ella porque nos permite ilustrar cómo, por más capacitado que esté un individuo y no hay dudas respecto a que, en su oficio, Hoff man lo está puede extraviarse en su desempeño y convertirse en blanco de pullas y cuchufletas. Le sucedía con frecuencia a Hugo Chávez y le ocurre casi a diario a su delfín.Chávez presumía, más de la cuenta, de lo que carecía; megalómano y grandilocuente, era lo que los venezolanos llamamos un echón, pero tenía dominio escénico y supo hacer uso de la televisión y sacarle provecho para catequizar, a través de esa stand-up comedy que denominó Aló, Presidente, a una masa ávida de redención y persuadirla de que la pobreza es una virtud. No es el caso del sucesor, un desangelado, pero afortunado dirigente del montón, con pasado chancletero y comeflor, que se decanta por el teatro de calle, sin tener ni la naturalidad ni las dotes histriónicas que se requieren para suplir con actos circenses la carestía e insuficiencia de pan. Chávez era un mitómano y mentía como lo hacen los cazadores furtivos y los pescadores de orilla, sobre todo en épocas electorales; Maduro, en cambio, es solo un embustero contumaz sin la memoria y desenvoltura necesarias para...

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