Arte y artistas de los ochenta

Los últimos treinta años del siglo XX fueron un tiempo propicio para evaluaciones y recapi tulaciones, pero también estuvieron cargados de esperanzas derivadas de la proximidad de un comienzo. Quizá, la mejor manera de entender las inquietudes de ese tránsito hacia el siglo XXI, sean las exhortaciones formuladas por Edgar Morín, en su libro Cómo salir del siglo XX: mueran las ortodoxias, cul tiva el pensamiento divergente y aviva el pluralismo. Ese umbral de los setenta, ochenta y noventa representó para Venezuela, como para el resto del planeta, un espacio signado por la aceleración del proceso de globalización. Globalización que no sólo fue del mercado sino también de la información y la comunicación. En tal contexto, las visiones sociopolíticas y económicas sentenciaron que los setenta fueron la década del exceso, mientras que los ochenta representaron la década perdida, y los noventa expresaron la década del vacío. Estas aproximaciones, matizadas por un cierto tono agorero, no se replantearon con exactitud en el ámbito de las artes. Recordemos que, en su sentido más amplio, durante los setenta se produjo la culminación de las vanguardias históricas que se habían desplegado a lo largo de todo el siglo. En cambio, en los ochenta se puso de manifiesto una amplia proliferación de sincretismos y una diversificación de enfoques heterodoxos. Y, finalmente, los noventa fueron testigos de un aliento proyectado hacia las integraciones e indeterminaciones. Tales enfoques también se transfirieron a las artes visuales venezolanas, aunque con los retardos propios de un país periférico y receptor. La validación de esta hipótesis procede con cierta facilidad cuando apreciamos el desenvolvimiento de lo ocurrido en el país, específicamente durante los ochenta. Esa década constituyó un período híbrido y abigarrado, paradójico y sorpresivo. Así como durante los setenta se habían producido excesos en la ratificación de tendencias, en los ochenta se acentuaron los sincretismos, los solapamientos y las apropiaciones. La germinación de estos paradigmas de euforia desinhibida encontró en el país, además, el abono procedente de una supuesta prosperidad económica que estimuló el fomento de importantes colecciones privadas e institucionales, al igual que la activación de un creciente mercado de arte. A ello se agregaba la capacidad de las entidades museísticas para adquirir obras y traer muestras de alta calidad. Durante el período, los museos nacionales albergaron exposiciones de Picasso, Miró, Larry Rivers, Henry...

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