Arthur Schopenhauer: filósofo viajero

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer 1788-1860 fue el padre del pesimismo filosófico; la vida es sufrimiento es su aserto más célebre. Se le recuerda como el pensador malhumorado y, para quienes desconozcan su biografía, suponer que sufrió mucho sería lo más lógico. Sin embargo, Schopenhauer no tuvo una vida trágica; en nada se asemejó, por ejemplo, a un Nietzsche camino de la locura, ni a un Wittgenstein descreído y en perpetua lucha contra sus pasiones. Llevó una vida sin grandes incomodidades y lo más parecida a la de un reposado rentista amante de la costumbre.Su única molestia casi perpe tua fue la de pasarse media vida esperando la fama y el reconocimiento, que se hicieron de rogar durante más de cuarenta años. Sólo durante una rauda década disfrutó del aprecio general de sus contemporáneos, que lo consideraron un gran pensador y un hombre sabio.Y si alguna tragedia padeció fue su carácter. Solitario y orgulloso de su saber, pedantesco e intransigente, se jactaba de despreciar al género humano.Sus ideas, de un profundo pesimismo, hallaron amplio eco en el crepúsculo del siglo XIX, y se mantuvieron vivas durante las primeras décadas del siglo XX, cuando aún reinaba por doquier un ambiente mórbido, seducido por las sombras del inconsciente y lo irracional. En épocas más luminosas Schopenhauer hubiera obtenido un eco menor.Obviando lo anterior, en Schopenhauer también hubo mucho de positivo. Sin ir más lejos, fue un hombre de mente lúcida, curioso y cosmopolita; y uno de los filósofos alemanes más viajeros de todos los tiempos. En su adolescencia recorrió Europa y llegó a Inglaterra; en su madurez viajó en dos ocasiones a Italia. Esto ya es mucho al compararlo con otros filósofos de su época, pensadores que apenas se alejaban de sus estrechos círculos provincianos. Recordemos a Kant, encerrado en Königsberg, o a los filósofos idealistas, recluidos en sus minúsculos Estados alemanes. Sabemos, además, que en sus viajes el filósofo pesimista fue incluso feliz. A Italia fue de vacaciones después de haber terminado a los treinta años de edad, su obra capital. En el país donde florecen los limoneros gozó de las ruinas de la Antigüedad y demás tesoros artísticos; del paisaje de la Campagna tanto como de los arreboles multicolores de las puestas de sol en el Mediterráneo; y de algo más, tal y como comentó con picardía en su vejez: En Italia no sólo disfruté de la belleza, sino también de las bellas.Antes de Italia, Schopen hauer...

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