Días de furia

Jorge y Marielena son la clásica pareja joven que gusta de celebrar la llegada del viernes. Sí, el país está complicado, pero ellos no van a dejar que les clausure el entusiasmo por la vida. Esa noche han bebido y compartido jugosos chis mes con sus amigos. Regresan a su casa un poco más temprano de lo que quisieran por esa barrera de contención llamada inseguridad. Viven en Guarenas, una clásica ciudad dormitorio, y el regreso a casa siempre es más largo de lo deseable. En una curva del camino, la camioneta cae bruscamente en un hueco y termina volteándose en aparatosos giros de desconcierto y tragedia.Luego de breves segundos, Jorge se incorpora desde el manto de fi erros humeantes. Ve a su esposa inconsciente y sangrando profusamente por la cabeza. Intenta extraerla del peso de la camioneta que la aprisiona. Imposible. Aturdido, se palpa los bolsillos buscando el celular. Se dispone a llamar a la policía, a un familiar, a quien sea. De pronto, ve que tres personas bajan por la ladera donde cayó el vehículo. Se alegra. A nadie le falta Dios. Vienen a ayudarlo. Son tres hombres. Sufi ciente fuerza para mover tanto lastre. Pero ellos siguen directo hacia el interior de la camioneta a robar lo que consigan. El más rezagado lo apunta con un arma y le pide el celular. Jorge no lo puede creer. Le ruega ayuda. El ladrón le exige prisa. Dame el teléfono, becerro. Jorge le dice que su mujer se está muriendo, que al menos le dé chance de llamar a una ambulancia. Pero, ¿cómo les explico?, la delincuencia también tiene sus premuras. Quizás el líder de la banda le había prometido a su mujer no llegar tan tarde esa noche.Meses después, todavía Marielena está sumergida en una se vera rehabilitación para intentar recuperar el habla y la movilidad de sus piernas. La tardanza en la atención produjo daños en el cerebro. Mientras, en algún barrio de la Gran Caracas, cerveza mediante, los tres pillos recuerdan entre risas aquella anécdota del sifrinito que lloraba desesperado para que no le robaran el piazo de celular.En alguna curva del camino, este país cayó en un hueco y en tre otros desbarajustes, se le salió una rueda: esa donde la vida humana era una prioridad moral.***

Ya es de noche. El supermercado Plan Suárez está a punto de cerrar. Son pocas las personas que deambulan en busca de lo que casi nunca hay. Dos jóvenes, de turbia estampa, ven a una mujer de 45 años de edad que lleva el botín dorado en su carro de supermercado: leche. Le preguntan dónde...

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