Augusto Ramírez Ocampo

Leo en Semana, de Bogotá: ...El 13 de junio, a las 8:00 de la noche, después de ir a su oficina y su universidad, dar una larga entrevista y ejercitarse en su caminador, se desplomó frente a su esposa, en su casa de Bogotá, fulminado por un infarto. Así murió Augusto Ramírez Ocampo, en la plenitud y en el optimismo que no lo abandonó en ningún momento de su vida. Todo lo que hizo el 13 de junio parece ser un retrato de sus afanes cotidianos. La noticia de la muerte del gran canciller, el golpe de lo inesperado, me afectó en lo más íntimo, no sólo porque fuimos amigos de décadas, sino porque admiré siempre su talento y su talante, su cultura y su buen humor, y no pocas veces disfruté del calor y de la generosidad de una amistad prolongada. Augusto fue un servidor público de primer rango. Desde parlamentario y alcalde de Bogotá a canciller, a alto funcionario internacional de la ONU. Nos encontramos por primera vez en las reuniones del Grupo Contadora. Augusto fue uno de sus fundadores y, probablemente, el que vislumbró con mayor claridad la urgencia de que los latinoamericanos asumiéramos la responsabilidad de resolver o de contribuir a resolver nuestros anacrónicos conflictos. El Grupo Contadora así llamado por la isla paname ña donde se iniciaron las negociaciones fue integrado por Colombia, México, Panamá y Venezuela. Al momento de su fundación, en los ochenta, era Presidente de Colombia el doctor Belisario Betancur, un jefe de Estado que no sólo creía en la paz, sino que se esforzaba por alcanzarla. Desde luego que para el Presidente y el canciller de Colombia la paz era una prioridad nacional e internacional. Colombia estaba en guerra mientras abogaba por la paz fuera de su territorio. No había contradicción alguna. Existía, imagino, la convicción de que, lograda fuera, se abriría el camino más complejo del antiguo conflicto nacional. Augusto Ramírez Ocampo hizo de los derechos humanos su razón de vida. Si uno lee la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en París, en diciembre de 1948, comprenderá la adhesión de un hombre inteligente a principios que la comunidad internacional suele olvidar, avasallada por los intolerantes de todos los signos y cataduras. Negociador sagaz al tiempo que discreto, jurista que dominaba el Derecho Internacional y sus laberintos, Augusto fue clave en las infatigables búsquedas por la paz centroamericana, primero como ministro de Relaciones Exteriores y luego como representante de...

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