Bienestar, inflación y responsabilidad moral: El ideario de Joaquín Sánchez-Covisa

AutorEugenio Hernández-Bretón
Páginas43-54

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Como jurista, Joaquín SÁNCHEZ-COVISA dedicó sus mejores esfuerzos al estudio y a la enseñanza del Derecho Internacional Privado. Su sólido pensamiento jurídico se reúne en unos ensayos y trabajos monográficos recogidos en su Obra jurídica, recopilación post mortem cuya tarea fue acometida con singular devoción por la profesora Tatiana DE MAEKELT1. Ahora bien, las necesarias relaciones entre la Economía y el Derecho, que las más de las veces escapan a la comprensión del abogado, me han llevado -como abogado- a presentar esta suerte de resumen de algunas ideas económicas de tan destacado jurista, quien además fue un economista de primera línea, con la esperanza de que lleguen a quien deben llegar.

Los trabajos en materia económica del profesor Joaquín SÁNCHEZ-COVISA fueron recogidos -también post mortem- en un único volumen bajo el título de Economía, mercado y bienestar2. La base del contenido de esa obra se corresponde con los editoriales que el propio SÁNCHEZ-COVISA redactó a lo largo de los años para la revista: Orientación Económica, que él mismo fundara en Caracas y dirigiera desde 1961 hasta su fallecimiento en 19743. También

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SÁNCHEZ-COVISA se encargó de seleccionarlos y ordenarlos con la intención de divulgarlos como publicación autónoma. Asimismo, comprende ese volumen otros trabajos teóricos del mismo autor sobre temas económicos, algo más extensos que los mencionados editoriales. Los editoriales son precedidos por la entrevista que le hiciera a SÁNCHEZ-COVISA, el doctor Alfredo BALDÓ CASANOVA, «que resume (...) la claridad de su pensamiento y las bases de sus opiniones»4.

El propósito de este ensayo es presentar de manera condensada algunos de los principales planteamientos del ideario de Joaquín SÁNCHEZ-COVISA, quien fue considerado en 1974 por el doctor PELTZER «en cierto sentido el más

destacado que hubo entre nosotros en materia de economía»5.

A decir de SÁNCHEZ-COVISA, solo a través de la comprensión y la utilización racional de los mecanismos del proceso económico es posible aprovechar adecuadamente los recursos escasos disponibles y asegurar a los hombres un máximo de libertad y bienestar. Pero también es evidente -dice SÁNCHEZCOVISA- «que eso no se comprende sin más. Como tampoco se comprenden sin más las reglas de medicina, a pesar de que son ellas y no las pócimas de los curanderos, las que contribuyen a curar y aliviar a los enfermos. Como tampoco se comprenden sin más las reglas de la agronomía, no obstante que mediante ellas, y no a través de sortilegios mágicos, se aumenta y se mejora el rendimiento de las cosechas»6. Ahora bien, si por cualesquiera razones «los hombres no entienden esas leyes, si no perciben cuáles son las posibilidades

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de acción del Estado en el seno de la economía social, contribuirán, sean los que fueran sus deseos, al empobrecimiento de la comunidad. Y han de desembocar en el mito colectivista, donde los errores se ocultan tras una refinada maquinaria burocrática de propaganda y terror. O han de desembocar en el mito de la intervención, donde han de buscar a cada instante víctimas propiciatorias para hacerlas responsables del fracaso reiterado de sus buenas intenciones»7.

Comprender las realidades de la vida del ser humano, en especial el hecho de que vive en un mundo pobre e imperfecto, en el cual las necesidades son infinitas y los recursos para satisfacerlas son limitados, y «entender el sentido del problema económico, es el único modo de mejorar el destino de las sociedades humanas»8. Al contrario de lo que muchas mentes señalan, «la última y radical motivación de la ciencia económica es la eliminación de la pobreza y el hambre de las sociedades humanas», a la vez también «es el primer deber de las sociedades humanas»9. Para alcanzar tal cometido se impone la tarea de incrementar el volumen de la producción de bienes y servicios10.

Ahora bien, por fuerzas de las utopías y de los desatinos, señala SÁNCHEZCOVISA, las sociedades humanas son menos prósperas y los hombres más pobres de lo pudieran y debieran ser11. Es por ello que si lo que se pretende es mejorar el bienestar de los hombres se ha de partir del estudio integral de la realidad económica y adoptar las decisiones que, según esa realidad, sean las adecuadas para logar el objetivo. El aserto anterior se ilustra con el siguiente ejemplo, el cual, por gráfico, reproducimos in extenso:

Ello es así, de la misma manera que no podremos poner en marcha el motor de una ambulancia si no disponemos del combustible que, de

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acuerdo con las leyes objetivas de la mecánica, es indispensable para hacerlo funcionar. Si carecemos de él, el motor no marchará, aunque de ello dependa la vida de unos seres humanos y aunque estemos convencidos de que esas vidas son infinitamente más valiosas que los litros de combustible requeridos. Y si, guiados por nuestra indignación moral, destruimos los mecanismos de un motor que, en su innoble materialidad, es insensible a esos principios, la ambulancia seguirá sin marchar y quedará, además, inutilizada para cualquier propósito ulterior12.

Se piensa con inusitada frecuencia que corresponde al Estado la solución de los problemas económicos de las multitudes, particularmente, aquellos que aquejan a los sectores más carentes de recursos. Sin embargo, la actuación del Estado en estas tareas, especialmente en cuanto atañe a la producción de bienes y servicios, conduce a dislocar la racionalidad de la economía13.

A través de los tiempos, se ha probado una y otra vez que el «Estado es gene-ralmente un empresario ineficiente y costoso, tanto más cuanto mayor sea la amplitud de los programas empresariales que asuma y cuanto más reducido sea el nivel económico y educacional del país en que opera. No debe tampoco olvidarse que las construcciones del Estado son las que tienen un mayor riesgo de no responder a las necesidades efectivas de la población, por no hacerse donde se debieran haber hecho, por no tener las características que debieran haber tenido y, sobre todo, porque, en caso de errores y deficiencias, el costo del fracaso no recae, como en el caso de la construcción privada, sobre el patrimonio de aquellos que han empleado indebidamente los recursos productivos»14.

Es de destacar que, hoy al igual que ayer, «los recursos del Estado son extremadamente limitados, aún en países que, como el nuestro, tienen altos ingresos fiscales. Y es socialmente inaceptable desviar recursos que el Estado necesita dedicar a sus fines específicos e irrenunciables para destinarlos a propósitos

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que pueden y son desempeñados con mayor eficiencia y menor costo, dentro de los mecanismos del mercado, por la acción de la inversión, la empresa y la demanda privada. Ocurre así que los programas estatales no resuelven el problema de la vivienda, ya que las viviendas construidas, por visibles y ostensibles que sean, constituyen una ínfima proporción de las que sería posible o necesario construir, pero en cambio el Estado disloca los mecanismos económicos y se ve privado de recursos para realizar adecuadamente los objetivos que tiene la imperiosa necesidad de acometer»15.

El bienestar de la sociedad, es decir, la elevación del nivel de vida de los venezolanos es un postulado fundamental de cualquier política económica que se pretenda implementar en el país. «Un país disfruta de independencia...

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