Cambi

Una de las frases más veces oída, en los meses que pasé en Venezuela y en boca de los más dispares personajes. Da igual que fuera una vieja amiga o el empleado de un Farmatodo, un antichavista de pro o el tópico izquierdista de vuelta de su chavismo prehistórico eso sí, siempre cómodamente enredado en la gran liana parásita del Estado providente, tarde o temprano, como buscando aliviarse de la orden subliminal de un artero hipnotizador, y casi siempre sin que viniera a cuento, mi casual interlocutor soltaba: El país ha cambiado.Según el tono, la intención podía ser advertirme de un peligro, censurar mi ignorancia o aun celebrar mis contrariedades. Pero esto es lo de menos. El caso es que la frase, más allá de las intenciones de quien la pronunciara y de su crasa banalidad, servía obviamente para marcar distancia y ponerme en mi lugar: el de una forastera. Tú, que no has vivido aquí todos estos años, has de saber que el país ha cambiado. Una incruenta, casi inocente letra escarlata , vaya.Siempre es de agradecer, cla ro está, ser objeto de preven ciones, pero la muletilla de marras resulta que también marca a quien la profi ere. Porque la verdad es que con lo de que el país ha cambiado, lo que en ningún caso pretendían mis interlocutores era emitir un juicio que diera pie a un contraste de opiniones ¿ha cambiado el país realmente?, ¿mucho o poco?, ¿en qué?, si no todo lo contrario: cegar la más ínfima grieta por la que pudiera colarse un soplo de curiosidad o una luz de comprensión.Pero por qué no aceptar, y yo la primera, que hay gente capaz de decir, como si estuvieran...

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