Cooperstown, dopaje e hipocresía

El dopaje es un tema complejo en el beisbol. Está lleno de medias verdades, con aficionados que perdonan casi cualquier cosa, cuando se trata de peloteros cercanos, y un periodismo que aplica raseros distintos a uno u otro infractor.En el resto de los deportes no hay discusión. Ben Johnson era el principal velocista del planeta, pero fue suspendido de por vida por la Federación Internacional de Atletismo cuando dio positivo por segunda vez. Lance Armstrong era una estrella universal, pero sus récords y victorias en el Tour de Francia fueron borrados en retroactivo, una vez que se comprobó el fraude que protagonizó.En la pelota es diferente. Gra cias a la permisividad que durante tantos años hubo en los diamantes, pareciera que todas las partes se asumieran con las manos sucias, incapaces de actuar con dureza. Puesto que analistas, ejecutivos y fanáticos miraron a otro lado en la Era de los Esteroides, vale justificar hoy aquella transgresión masiva e insistir con el mentiroso argumento de que el consumo de sustancias dopantes no estaba prohibido antes de 2003.El consumo de anfetaminas y esteroides quizás no estuviera vedado en el beisbol, pero sí estaba condenado por la ley de Estados Unidos, Canadá, Venezuela y aquellos otros países donde se jugaba.Esto viene a colación por la más reciente votación para el Salón de la Fama de Cooperstown. Roger Clemens y Barry Bonds, peloteros de indiscutibles méritos y maltrecha reputación, vieron subir su apoyo en casi 10 por ciento y ya tienen más de la mitad de los votos necesarios para entrar al pabellón.La defensa de Clemens y Bonds alega la supuesta inocencia de ambos. En un juicio penal, se entendería tanto escrúpulo. Pero en el deporte, es inconcebible.El entrenador de Clemens y su amigo y compañero Andy Pettitte juraron que es cierta la transgresión...

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