Desesperanto

Muchas lamentaciones se escucharon cuando anunciaron el cierre de la última gran tienda de música selecta de Caracas. En las capitales del mundo industrializado el último rescoldo del negocio disquero se tardó una década para migrar progresivamente a la red; en nuestro caso el cierre de Esperanto significa prácticamente el fin de la distribución de producciones nacionales independientes legítimas centralizada en un local. Los artistas nacionales, que todavía usan el CD como tarjeta de presentación más que como fuente de ingresos en nuestro minúsculo mercado, podrán repartir sus disquitos a la salida de los microconciertos que la KGB tropical de la delincuencia campante aún no logra impedir en su asesinato de la vida nocturna. Dada nuestra escasa confianza en los negocios por Internet, la desaparición progresiva de tiendas en la calle implica la desaparición del último cuadro sinóptico de la actividad nacional actual: ya no vemos, en el vistazo echado a los anaqueles y en la escucha promocionada, lo que se está produciendo en la diversidad. También disminuye la posibilidad de conseguir antologías de música venezolana que tanta falta hacen que no sean las tétricas canciones sobre casitas de cartón. Algunos portales que centralizan información de las movidas venezolanas intentarán crecer y sustituir el almacén, pero los turistas tendrán que conformarse con CD piratas, o comprar selecciones torrealberas de aeropuerto. La muerte del CD es un síntoma de cambios medulares en las costumbres de los consumidores, transformaciones harto estudiadas que hemos comentado en columnas anteriores reunidas en desenneprestissimo.wordpress.com. Antes de la inhumación del CD hay que comenzar la oración fúnebre citando a un...

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