El entierro de la república

Los sucesos recientes de Margarita ponen en evidencia la desaparición de la convivencia repu blicana. Si un opinador contrario al régimen buscaba un hecho gracias al cual pudiera descargar todo el veneno de sus dicterios, tiene ocasión estelar. Aunque más bien quisiera que no fuera tan grande la tragedia revelada por el sepelio de un delincuente, para sentir que aún vive en un espacio que puede permitirse las críticas paulatinas sin llegar a un veredicto concluyente, como sucede en la mayoría de los países en cuyo seno van y vienen los reproches sin sentir la cercanía de un apocalipsis.El territorio circundado por las aguas permitió que todo el horror se alojara en sus entrañas, sin distracciones que le concedieran alivio. La geografía regional nos puso frente a una forma de abyección capaz de expresarse en toda su magnitud, como si el mar de Margarita estuviera allí en esa oportunidad para llamarnos la atención sobre una singularidad susceptible de convertirse en un espejo sin distorsiones, en una tragedia que debía observarse en su peculiaridad para que fuese el modelo de una traducción que pudiera llevarse a cabo después en la tierra firme desolada. Nadie pudo escapar del agujero por un mandato del mapa, para que así se condensara sin remedio todo el naufragio de una colectividad y para que sintiéramos, desde la fortaleza inexistente que nos prodiga en ocasiones la suerte de las carreteras y la vecindad de otras localidades en cuyo terreno podemos escondernos, que todos experimentamos un idéntico infortunio del que podemos escapar a veces debido a la cercanía de un conjunto de regiones a cuyo azar se puede imaginar que la realidad no es tan amenazante.Los delincuentes y el cortejo de sus seguidores se enseñorearon en la isla. El entierro de un malhechor se convirtió en un fenómeno popular, sin que se pudiera hacer algo para evitar el espectáculo. Las avenidas se paralizaron, como si se despejara el camino para la despedida de una estrella del rock. Los colegios cerraron sus puertas por la imposición de una potestad que no se encuentra en la letra de los códigos, sino en el imperio de la fuerza bruta. La esce na fue colmada por una muchedumbre que acompañaba los últimos pasos de un narcotraficante que debía pagar condena en cárcel severa, pero que salía de la simulación de su...

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