Espías

Es como si ya no supiéramos hablar con propiedad. Lo que se dice llamar a las cosas por su nombre. Y claro, se acaba diciendo cualquier cosa, y algo peor: generando problemas, donde antes no los había.Tómese el caso del niño Snowden. Espía, clamaron los medios. Y todos a una, a repetirlo, vamos allá. Pero a ver: ¿qué sentido tiene llamar espía a quien se ha hecho famoso por su decisión de dejar de serlo? Cuando Snowden ejercía de espía y se daba la vida padre en Hawai bailoteando con su novia, nadie sabía de él ni de sus ocupaciones. Como es lógico: ser espía es no parecerlo y que, salvo tus superiores y colegas, nadie más sepa que lo eres. Basta que se note para que dejes de serlo. No digamos ya si el mismo sujeto se dedica a anunciarlo: ¡Eh, aquí estoy, háganme caso! I spy! .Como a fecha de hoy, martes 9 de julio, existe una posibilidad, remota pero posibilidad al fin, de que Snowden recale en Venezuela, que se vaya preparando a pasárselo en grande. Porque si es afecto, y todo indica que lo es, a la gesticulación protagónica y la manipu lación de los medios, le habría tocado la lotería. Al fin un país a su medida, donde no se pierde el tiempo con esas fruslerías de las democracias liberales, como que las actividades de inteligencia sean de exclusiva competencia de agencias gubernamentales, estén sujetas a leyes y normas y se vean sometidas a frecuentes controles en el Congreso. Qué gris, qué aburrido. Nada de eso, Venezuela no es un país de leguleyos, como el país natal de Snowden.Es verdad que también aquí se aprueban leyes, incluso en ese campo en el que él trabajó: ahí está la Ley de Protección a la...

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