Común y extraordinaria

Siempre hemos que-rido mostrarles a otros lo que somos.Un hombre pinta un bisonte en una caverna y con ello deja constancia de que su vida común es extraordinaria. Una mujer con capacidad para escribir decide dejar constancia de su paso cotidiano, normal, terrenal; y esos tomos de sus diarios nos acercan a rutinas distintas, pero rutinas al fin. Una pareja regresa de un viaje e invita a sus amigos a ver diapositivas en un proyector. Un pintor escribe cartas. Un reo lo hace en la pared.Apenas hemos comenzado a caminar bajo estos cielos.Muy poco tiempo como para que hayamos perdido la inocencia. No queremos sentir que estamos de paso para no asombrarnos de cada estrella fugaz. De cada aroma. De cada escándalo. De cada azar.No queremos creer que ser testigos de nuestro cotidiano extraordinario es sólo parte de un diálogo entre los instantes de la creación y una casualidad que atestigua silenciosa y anónima. Pocas cosas más tiernas que la conversación de varios en una fiesta compitiendo por el primer lugar, con historias narradas en impúdico uso de la primera persona. -Yo -dice uno justo antes de iniciar el relato. -¡Eso no es nada, la otra vez estaba yo! -contraataca otro de los participantes en la rueda de cuentos. Salvo aquellos a los que hemos decidido convertir en modelos heroicos en un acuerdo colectivo primitivo, somos una gran masa de gente común con historias extraordinarias.Nuestra forma de iniciar ese prolongado monólogo tan humano en primera persona ha variado con los siglos. De la tradición oral al papiro. Del carboncillo a la entrevista en la radio. De la ronda alrededor del fuego frente al mar a la conversación en mesas de restaurantes.La ironía es que son estos también los tiempos en los que por lo visto es políticamente incorrecto sentirse extraordinario. No uses el yo, pide el editor del artículo o el tutor de la tesis. El autorretrato del pintor es visto como acto ególatra. La entrevistada dice nosotros endosándole al marido lo que no ha hecho, porque le da vergüenza aceptar su individualidad creadora; y en su gran mayoría los escritores consideran el yoísmo de las redes sociales una especie de histeria colectiva, moderna e intrascendente, carente de valor literario. Creo ¡Al fin un yo en este artículo! que Anaïs Nin escribió muchos diarios porque sabía escribir excepcionalmente bien, pero su vida no era más ni menos extraordinaria que la de cualquiera que en Twitter haya escrito Aquí con mis panas frente al Salto Ángel, con...

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