Ganarle al olvido

Los venezolanos, en lugar de cultivar la memoria, elegimos la incineración. Deslumbrados ante nuestra propia audacia por inventar cada vez un nuevo futuro, calcinamos el pasado o lo convertimos en fardo funerario. Esta tendencia es algo que no sólo cabe atribuir les a los candidatos de hoy, entre quienes cualquier alusión al pasado es mala palabra. Porque el hecho es que aquellos que han ejercido posiciones de responsabilidad en este país tampoco se han afanado en rescatar su propia obra para ponerle al servicio de la memoria. Es verdaderamente trágico que, con escasas ex cepciones, los protagonistas más relevantes de la vida política de los últimos cincuenta años no hayan salido a defenderse de las simplificaciones con que, hoy por hoy, se juzga la democracia representativa que se instaló a partir de 1958. Dejar a merced del olvido lo que significó aquella experiencia en términos de construcción ciudadana, tolerancia política o de amplia convivencia electoral es precisamente lo que permite que desde la Asamblea Nacional, y por efecto de contagio con procesos muy distintos del venezolano, se aprueben leyes que pretenden equiparar a Betancourt, Leoni o Carlos Andrés Pérez con las brutales dictaduras del Cono Sur. Y lo que es peor: se trata de leyes alentadas en muchos casos por quienes actúan ahora como opinadores a favor del régimen bolivariano, pero que durante la denostada democracia representativa lo hicieron como parlamentarios legítimamente elegidos, integrantes de minorías respetadas, o que vieron su actuación amparada en el fuero parlamentario. Todo lo cual subraya el desprecio de quienes, en su momento, se beneficiaron del sistema sin sentirse comprometido con él. Nadie, en el fondo, tiene tantos enemigos como la democracia. Y si algo lo demuestra fueron aquellos que...

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