Habla en cada esquina

En uno de los balcones de la Casa Rosada acaba de dibujarse la figura delgada y rubia de Evita Perón. Saluda con sus brazos extendidos y las manos abiertas, sonríe con la sonrisa de Monalisa que mixtura amor con un cierto dejo de tristeza, y la gente, aquí abajo en la Plaza de Mayo, la recibe con el afecto y la esperanza de tantos años. Las Madres de Mayo, entretanto, caminan con sus pañuelos en las cabezas, amarrados en un nudo debajo de la barbilla, y a un costado del lugar decenas de pancartas siguen anhelando justicia por los desaparecidos en los cruentos días de los años setenta, las dictaduras, Jorge Videla y todo eso. No hay Evita posible en ese momento del verano de Buenos Aires, día lunes, y las Madres de la Plaza de Mayo solo volverán el siguiente viernes. Sí están todas ellas, aunque apenas en el imaginario popular, porque los balcones de la casa de Gobierno son hoy el reino de las soledades, y la glorieta un paso de turistas con celulares fotográficos de quién sabe cuántos países del mundo. "Tiene que venir un viernes para que hable con las Madres, si es que usted quiere oír testimonios de la represión. Eso sí que fue duro", dice un hombre sentado en uno de los bancos. Ni Evita ni Madres, y nosotros emprendemos el camino hacia la Calle Corrientes, arteria que atraviesa el vientre de la gran ciudad. "Corriente 3, 4, 8, segundo piso ascensor" dice el inolvidable tango "A media luz", aunque hoy la luz es mucha en el estacionamiento que ocupa el predio que Eduardo Donato y Carlos Lenzi llevaron a canción. El viejo Buenos Aires se esfuma de a poco, parte de su simbología se ha perdido en el maremágnum de la modernidad, aunque el Luna Park, incólume, se alista para festejar en estos días sus 79 años de existencia. Está allá, en El Bajo, en la esquina donde Corrientes deja de existir, y en sus taquillas se leen avisos que anuncian a Joaquín Sabina, Alejandro Sanz y Roxeta. Todos vendrán pronto para abrazarse con las 15.000 almas que entran al estadio, escenario de muchos de los más celebrados combates de Carlos Monzón, antiguo campeón mundial del peso mediano y amado icono del boxeo porteño. Caminito que el tiempo no ha podido borrar. La chica muestra una de sus torneadas piernas asomadas por la raja de su falda negra, y el sueco medio borracho se acerca para posar para la foto "tanguera". Paga 10 pesos y se va, y venga otro sueco. Entretanto, Marta, indiferente de todo aquello que pasa a su alrededor, sirve cervezas y exclama: "Yo...

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