Historia del pensamiento histórico moderno

AutorReyber Parra Contreras; José Larez Rubio
CargoEscuela de Trabajo Social. Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas Universidad del Zulia. Universidad Católica Cecilio Acosta reyberparra@cantv.net
Introducción

La historia y el historiador son, como lo apuntaran acertadamente los representantes del historicismo, productos de una época. En este sentido, el pensamiento histórico de los siglos XVIII y XIX puede ser considerado una consecuencia de la noción que sobre la historia logra construirse durante la modernidad. Dicha noción se encuentra presente en el conjunto de reflexiones generadas por quienes integraron las principales escuelas y tendencias historiográficas de occidente.

Este estudio recoge algunas de esas reflexiones con el propósito de identificar en el pensamiento histórico occidental características relacionadas con la racionalidad moderna, entre ellas: a) la creencia en el progreso; b) la ambiciosa aspiración de descubrir leyes que expliquen los cambios y el funcionamiento de la sociedad; c) la búsqueda de la comprensión total de lo social.

El objetivo propuesto exigió la elaboración de una reseña sobre la visión de la historia que desarrollaron las figuras más representativas de la historiografía occidental. De esta manera se fueron identificando principios y creencias modernas que se repiten en las diferentes escuelas y tendencias historiográficas, lo que ha permitido elaborar una caracterización parcial del pensamiento histórico moderno.

1. Historia e ilustración

La modernidad se introduce definitivamente en el pensamiento histórico a través de la ilustración. A partir de ese momento la historia fue entendida definitivamente como totalidad racional 1. Antes, específicamente durante la Edad Media, sólo existían narraciones o crónicas centradas en biografías y aspectos teológicos (relatos hagiográficos). Con la ilustración, la razón desplaza las explicaciones religiosas del campo de la historia, y esta característica propia de la modernidad va a presentarse con fuerza en la historiografía de los siglos XIX y XX.

La ilustración condujo al hombre occidental a identificar en la historia leyes que permitieran explicar, al margen de la especulación metafísica, el progreso de las sociedades. En este sentido, se estructuró una teoría del progreso, donde el desarrollo histórico fue entendido como proceso en ascenso (Konstantinov, 1973: 54). Posteriormente, dicha teoría del progreso se haría presente en las diferentes concepciones de la historia que emergen durante el siglo XIX.

La interpretación de la historia en la ilustración se produjo en dos etapas: a) Montesquieu, Voltaire y Rousseau conforman la primera; b) Turgot y Condorcet forman la segunda. En ambas etapas pueden identificarse dos rasgos comunes: la fe en el progreso 2 y la aceptación de los principios establecidos en el Discurso del Método (Suárez, 1976: 67-85).

Entre los historiadores franceses identificados con el espíritu de la ilustración, destacan los nombres de: Agustín Thierry (1795-1856), François-Auguste Mignet (1796-1884) y Alexis de Tocqueville (1805-1859).

2. La historiografía literaria en Francia

En la primera mitad del siglo XIX la historiografía occidental presentó dos tendencias diferenciadas: una de orientación erudita y otra caracterizada por el componente literario (Iggers, 1998: 24). Los dos grandes centros de difusión del pensamiento histórico de la época (Francia y lo que hoy es Alemania) transitaron por caminos diferentes en lo que respecta al relato de los hechos.

Los historiadores franceses, a diferencia de sus homónimos germanos, se inclinaron más por la exposición de los hechos en forma artística; es decir, lo literario se utilizó para dar a conocer las grandes transformaciones sociales y políticas de su época. Personajes como Jules Michelet y François Guizot, figuras sobresalientes en el debate intelectual y político de Francia durante el siglo XIX, elaboraron crónicas y compilaciones con estilo oratorio (Prost, 1996: 35), lo cual les permitió llegar con cierta facilidad a quienes aspiraban convencer con sus propuestas políticas.

Michelet 3, aunque recurrió a la consulta de documentos para realizar sus escritos, no logró dejar a un lado “su imaginación desbordada, su énfasis teatral y su parcialidad política” (Salmon, 1972: 28), razón por la cual se ha puesto en duda el carácter científico de sus obras. En ellas encontramos el concepto de totalidad histórica, el cual está presente en su obra Historia de Francia (1869), en donde propone reconstruir el pasado tomando en cuenta los aspectos materiales y espirituales que confluyen en el tiempo (Tuñón de Lara, 1981: 5). También entendió que la historia es pasado colectivo del pueblo o conjunto social.

A su vez, diferencia el objeto de estudio de la historia del de la filosofía. Para Michelet (citado por Rama, 1959), “el estudio del hombre individual será la filosofía y el estudio del hombre social será la historia”. Asimismo, estuvo convencido de que la historia hace al historiador (citado por Salmon, 1972: 28), lo cual coincide con lo propuesto por los representantes del historicismo, quienes consideraron que el historiador es reflejo de una época.

Guizot 4, por su parte, señaló que aquello “que se acostumbra llamar la porción filosófica de la historia, las relaciones de los acontecimientos, el lazo que los unifica, sus causas y sus resultados, son hechos, es historia, exactamente igual que los relatos de batallas y los sucesos visibles” (citado por Lefebvre, 1974). En sus obras puede observarse cierta inclinación hacia la explicación de los cambios sociales a partir del enfrentamiento entre burgueses y terratenientes; de esta manera se aproximó al concepto de lucha de clases propuesto posteriormente en el materialismo histórico (Konstantinov, 1973: 14).

3. Hegel y el idealismo alemán

En el campo de la filosofía de la historia, Hegel 5 articuló un sistema teórico donde sobresale la acción del espíritu en la historia de la humanidad. Esa acción se despliega en forma racional y por ello la sustancia de la historia es la razón. La relación historia-razón estuvo plenamente identificada con el contexto cultural en el que Hegel produjo sus reflexiones; la modernidad, con su culto a la razón, introdujo esta facultad del espíritu en el devenir histórico y en la explicación de la causalidad de dicho devenir.

En la filosofía hegeliana el espíritu es “aquello que existe ante sí mismo, que puede penetrar en sí mismo” (Cruz Prados, 1991: 37). Si bien el espíritu no es lo finito o lo material palpable, es en lo real, en lo mensurable, donde el mismo actúa para auto- realizarse. Por eso, los acontecimientos no son cognoscibles fuera de la relación de los mismos con el espíritu. Según Hegel (1987: 272), “la historia del Espíritu es su producto porque el Espíritu es solamente lo que él produce y su hecho es hacerse aquí en cuanto espíritu, objeto de la propia conciencia”.

La historia es, pues, dirigida por el espíritu. Dicha conducción se realiza en forma racional, por lo que en las diversas etapas de los procesos históricos puede observarse un orden lógico, en el que los historiadores deben identificar la realización y sucesión de las ideas (Suárez, 1976: 115).

Al definir la historia, Hegel es, en este sentido, enfático: “La historia del mundo es el despliegue del espíritu en el tiempo, esto es, cómo la Idea se va realizando en el espacio, haciéndose naturaleza” (citado por Burk, 1998: 214). Y la idea se hace naturaleza en un proceso dinámico, dialéctico, en el cual surgen los cambios. La totalidad -concepto importante en la interpretación moderna de la historia- viene a presentarse como consecuencia de lo infinito dinámico, no estático (Burk, 1998: 37-38).

En relación con el concepto de la dialéctica, el mismo ya había sido expuesto antes que Hegel por el antecesor directo de éste: el también alemán Juan Teófilo Fichte (1762-1814). La dialéctica, en cuanto realidad “no es fija ni determinada de una vez por siempre, sino que está en un constante proceso de transformación y cambio, cuyo motor es (...) tanto su interna contradicción (...) como la relación en que está con otra realidad, que aparece como su contrario” (Ramírez Sánchez, 2002). En cuanto método de conocimiento, “la dialéctica es ley lógica, ley de la razón. La razón avanza en su conocimiento mediante oposición y síntesis de contrarios” (Cruz Prados, 1991: 40). El método dialéctico es atravesado por la idea en tres fases: a) la tesis: posición inmediata, afirmación; b) antítesis: oposición, negación de lo afirmado; c) síntesis: unidad relativa que concentra la diversidad de la tesis y la síntesis.

La filosofía de la historia de Hegel repercutió significativamente en el pensamiento histórico contemporáneo. Historiadores y filósofos han aportado múltiples interpretaciones de la historia a partir de sus reflexiones. En el siglo XIX una de esas interpretaciones es la de Thomas Carlyle 6, quien entendió que la acción del espíritu en la historia se lleva a cabo a través de la mediación de “grandes hombres”, a los cuales consideró los verdaderos sujetos de la historia. Según Carlyle (citado por Lefebvre, 1974), “la historia de lo que el hombre ha realizado en la tierra, es en el fondo la historia de los grandes hombres que han trabajado en este mundo. Esos grandes hombres han sido los conductores de los pueblos, sus forjadores, sus modelos y, en un sentido amplio, los creadores de todo lo que la masa humana, considerada en su conjunto, ha llegado a alcanzar”.

De igual manera, Jacques Maritain (1971:18) coincidiría años después con Carlyle al afirmar que “la historia se ocupa de hechos y personas individuales”, para lo cual “no busca una imposible coincidencia con el pasado; requiere selección y diferenciación, interpreta el pasado y lo traduce en lenguaje humano; recompone o reconstituye secuencias...

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