Cuando la inteligencia colectiva falla

Tres hechos concurrieron el miércoles. Primero: el Metro se tiró tres, que traducido del argot popular significa que falló, se paralizó, lo que obligó a miles y miles de usuarios a salir a flote a una superficie atiborrada de vehículos y un pésimo transporte superficial. Segundo: cayó una de las anunciadas lluvias y el tráfico de calles y avenidas más que espesarse, cuajó. Tercero no todo es horror: felices ciclistas atravesaban entre las filas de carros detenidos, en un nuevo recorrido de Masa Crítica, actividad que realizan diversos colectivos el último miércoles de cada mes, para promover el uso de la bicicleta como medio de transporte urbano. Salió de Plaza Venezuela hacia El Cementerio y luego regresó a la redoma-fuente. Si a esos tres eventos le su mamos que había juego de beisbol en el Estadio Universitario y que era 30 de noviembre, víspera que oficializa la entrada del mes del desmadre de utilidades, aguinaldos y afines, podemos entender que moverse por Caracas por medios motorizados fue una tarea más o menos imposible. Los reportes hablan de al menos tres horas para ir de un lugar a otro. Salvo a pie, que en medio de todo ese desbarajuste, fue la opción más feliz y eficaz, a pesar de la habitual obstrucción de las aceras, incluida la de los motorizados que le huían más que nunca al atasco. ¿A qué viene esta inhabitual reláfica? A lo que ha sido leitmotiv de nuestra sección en estos cuatro años de andanzas: por un lado tenemos un deficiente y desintegrado sistema de transporte público, y por otro un parque automotor que crece y crece y que ya ocupa más de las tres cuartas partes de nuestras vías y nuestras vidas. Y como apéndice de éstas, un espacio peatonal que, salvo notables excepciones, como el bulevar de Sabana Grande o la ampliación de la avenida Francisco de Miranda, aún deja mucho que desear por su desconexión, porque ha sido asumido desde la pragmática política de parches que aún signa la mayoría de nues tras gestiones urbanas. Y no es que llenar huecos esté mal. Si se hace con criterio, dentro de un plan, se pueden zurcir pedazos de territorio urbano desarticulados y desatar dinámicas revitalizadoras con apenas pequeñas intervenciones urbanas. Pero la mayoría de nuestras obras incluso dentro de un mismo municipio lucen aisladas, sin un espíritu común, sin vocación de integración. O con un nivel de calidad muy bajo, que asume los espacios peatonales más como el repele de la vía que como eje fundamental de la vida urbana...

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