Irse sin la casa

N o hay señales de vida. Como si fuera una alfombra, el polvo se adhiere al suelo. El reloj de la pared ex hausto de tanto tic tac se congeló a las 10:00. Los muebles cubiertos por sábanas perdieron su personalidad.Los cuadros que adornan las paredes de la sala ya no crean armonía. Un débil bombillo prendido en la entrada simula la sensación de compañía. La casa inhabitada espera en el deterioro a nuevos dueños.Hace un año Andrés Figueredo nombre cambiado por petición de la fuente emigró con su familia a Miami. Una decisión arriesgada, pero necesaria para encontrar calidad de vida y futuro para sus hijos.Más allá de dejar a sus amistades y seres queridos, se topó con la gran interrogante de qué hacer con su casa, aquella estructura de aproximadamente 300 metros cuadrados que cumplió su función de hogar mientras estuvieron en su tierra natal.Venderla sería la opción más apropiada, pero el proceso no sería tan sencillo como pensó.A pesar de estar ubicada en una buena zona de la parroquia San Pedro, al este del municipio Libertador, después de casi 12 meses no ha conseguido comprador. La espera de un intercambio económico, preferiblemente en otra moneda, ha conllevado una serie de riesgos y preocupaciones.Hace cuatro meses entraron a robar, por fortuna no consiguieron objetos de valor; lo único que queda entre esas paredes son recuerdos de una familia que emigró. Las consecuencias fueron mínimas, pero el miedo de una invasión seguirá latente hasta que se encuentren nuevos dueños. Mientras tanto, un familiar que reside en Caracas visita con cierta regularidad la vivienda de los Figueredo para asegurarse de que todo esté en orden.En esa misma calle y dentro de la...

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