Ketman

Es casi lo primero que llama la atención, cuando se ha vivido lejos muchos años, al volver a Venezuela. Al menos si, por deformación profesional, se tiene el oído entrenado para registrar novedades en el modo de hablar. Larga es la lista de giros que anoté en los tres años y medio que pasé hace poco en Venezuela, pero hay una muletilla que me sigue causando la misma inquietud que la primera vez que intuí para qué sirve.Compras un tubo de pasta de dientes, y la cajera te pide nombre y número de cédula.¿Por qué se lo voy a decir? ¿Acaso es usted policía?, respondes la primera vez.Aquí es así, zanja ella. El día en que por fin, gracias a una palanca y con suerte, logras internar a tu hermana en un hospital para que le pongan una prótesis de cuello de fémur, preguntas lo que pregunta cualquiera en cualquier hospital: ¿Dónde están las enfermeras?. Allá, al final del pasillo. Pero ellas no atienden a los ingresados. ¿Cómo que no atienden a los pacientes? ¿Y entonces qué hacen? Ay mijita, no sé. Aquí es así. De entrada, piensas que es una manifestación más de indolencia y desidia, flagelos clásicos en cualquier petroestado, donde en vez de ciudadanos hay aspirantes a ayudas y enchufes consentidos por el Moloch oficial. ¿Para qué esforzarse en atender bien al cliente, por qué esmerarse en el trabajo, si el sueldo y el puesto no se verán nunca afectados por una queja, una reclamación, una denuncia? ¿Si en realidad dependen de un favor político, de una ayudita entre primos, del ocasional enchufe? Cierto, aquí es así. Pero hay algo más, algo que delata el tono de la voz, que casi siempre...

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