Mariana Rondón, sin miedo a ser

El cine está dejando de venir en latas redondas donde el rollo de película debe ser delicadamente

sacado y montado en el proyector.

Mientras se descarga su nueva película, Pelo malo, del disco duro que venía dentro de una caja negra, su directora, Mariana Rondón, seca el sudor de un

vaso de agua fría y juega con la servilleta como una niña. Dos buenas noticias acompañan su cinta: se estrenará este mes en el Festival de Cine de Toronto y en el de San Sebastián.

“Vengo de una entrevista con César Miguel Rondón, y me preguntaba: ‘¿Por qué tantos niños para contar

historias de adultos?’. No sé, para tratar de crecer, será. A mí me gusta mucho el mundo infantil pero no el que subestima al niño, sino el interesante que tiene la capacidad de mirar todavía desde la sorpresa y sin prejuicios. Me gusta porque

también me permite seguir jugando a hacer cosas que a muchos les parece un absurdo muy grande”, cuenta la cineasta que además tiene un hobby particular. “He dedicado diez años de mi vida a hacer robots pequeños y grandes. Terminé dando clases de ingeniería sin saber nada de eso. Hubo amigos que muy seriamente dijeron ‘Mariana enloqueció…”. Si realmente enloqueció se entendería porque el cine –como todo arte– es un oficio que exige vivir ilusiones mientras se transita la vida de las cuentas por pagar.

Después de A la media noche y media (Sudaca Films, 1999), mientras no hacía la película que por mucho

tiempo estuvo engavetada (Postales de Leningrado, 2007), esa obsesión por hacer robots que mantenía preocupados a sus más cercanos, se tradujo en varias instalaciones. Una de las más exitosas, Llegaste con la brisa, mereció un premio de la Fundación Telefónica en España y llegó a presentarse en las

Olimpiadas de Pekín. Todo puede ser un juego. La cineasta dijo en una oportunidad haber descubierto

que hacer una burbuja de jabón era lo más parecido a relacionarse con la vida, a tratar de llegar a una creación.

“Es un laboratorio genético, un gran útero gigante, descomunal, dos metros de diámetro de burbujas de jabón para meter adentro seres transgénicos”.

Otra vez el niño, la creación. El tema tiene sentido. Mariana es alguien que además tuvo una niñez atípica. Hija de guerrilleros, su madre

dejó las armas y abrazó la amnistía del primer gobierno de Rafael Caldera, cuya ruta pasaba por un período de prisión. “Yo estuve en la cárcel de

mujeres de Los Teques cuando tenía 5 años”, dice, y tiene memoria de todo. Por eso conoce el miedo desde el vientre...

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