La matricentralidad de la familia venezolana desde una perspectiva histórica

AutorMaría Susana Campo-Redondo; Jesús Andrade; Gabriel Andrade
CargoFacultad de Humanidades y Educación. Universidad del Zulia; Facultad de Ciencias. Universidad del Zulia; Facultad de Humanidades y Educación. Universidad del Zulia
Introducción

Dice Aristóteles (1986, c.1) en la Política, que el Estado (la ciudad) es una forma de organización social que es antecedida, en cronología, pero no en importancia, por la familia. De organizarse en torno a familias, el hombre pasa a organizarse en tribus y, finalmente, en ciudades, ratificando su condición de animal político. De forma tal que aún si Aristóteles considera que el Estado es anterior en importancia a la familia, no deja de considerar que la familia es parte fundamental del Estado.

Los vicios y virtudes de la ciudad pueden verse reflejados en la familia. Pues, siendo la ciudad un todo, lógicamente sus características encontrarán reflejo en las partes, incluyendo a la familia. Si, como tantas veces se repite, la familia es la célula de la sociedad, entonces un buen lugar para empezar a buscar el origen de los males o bienes de una sociedad es en la propia familia.

Todo gerente social, dirigente político, sociólogo o politólogo debe estar al tanto de estos principios. La familia es algo así como una muestra de sangre que permitirá al médico tener acceso a una visión general del organismo, a saber, el Estado y la sociedad en general. Si hemos de abrir cualquier periódico venezolano de los últimos quince años, no vacilaremos en afirmar, como tanto se hace, que Venezuela ha atravesado y sigue atravesando una profunda descomposición política y social.

Entrado el siglo XXI, la sociedad venezolana tiene por delante el reto de hacer frente a una crisis económica, política y social que se ha venido formando desde hace décadas. El ímpetu con que los analistas e interventores sociales se han esforzado para plantear soluciones a los problemas sociales venezolanos resulta muy esperanzador. Pero, de poco servirá si no se cuenta con una visión que permita apreciar los orígenes de nuestros problemas. Es menester recurrir al examen de lo que Alexis de Tocqueville ha llamado ‘puntos de origen’. La familia es un ‘punto de origen’ de la sociedad. Si hemos de elaborar un esbozo de la sociedad venezolana en pro de la intervención social en el futuro, la familia ha de ser nuestro punto de partida para esos propósitos.

1. La familia matricentrada

Desde los años setenta, un grupo de investigadores e investigadoras venezolanos se ha dado a la tarea, de forma muy competente, de presentar una propuesta de estudio de la familia venezolana. El tema ha sido de particular interés entre los investigadores, pues casi todos coinciden que la familia venezolana, especialmente en sectores populares, dista de tener la estructura que caracteriza a la familia en el resto de las sociedades occidentales.

La familia ‘nuclear’ o tradicional, conformada por la madre, padre e hijos, es la estructura que prevalece en buena parte de las sociedades occidentales. Mientras que la familia ‘extendida’ es una forma de organización social donde varios hermanos comparten el mismo hogar con sus hijos y esposas, así como también con los padres, y dependiendo del contexto, la familia extendida puede estar conformada por varias generaciones, la familia nuclear es aquella conformada por el hombre, la mujer, y sus hijos. Esto no quiere decir que en las sociedades occidentales modernas sólo los padres, hijos, hermanos y cónyuges son parientes. Efectivamente, la sociedad occidental moderna conoce bien las relaciones entre primos, suegros, tíos, etc., pero el tipo de organización social fundamental es la familia nuclear: es en torno a ella como el individuo pasa buena parte de su vida.

Durante cierto tiempo se pensó que, la sociedad venezolana, teniendo un amplio legado occidental, estaba estructurada por la familia nuclear. Pero, gracias a la labor de varios investigadores, entre los que destacan José Luis Vethencourt (2000: 65-81) y Alejandro Moreno (1995), la prominencia de la familia nuclear en la sociedad venezolana ha sido seriamente puesta en tela de juicio.

Desde la década de los setenta, José Luis Vethencourt ha venido advirtiendo que la familia venezolana entre las clases populares no está conformada por el modelo nuclear tradicional del padre, la madre y los hijos. Por el contrario, lo que prevalece en la familia venezolana es una estructura familiar ‘atípica’, donde la pareja como institución familiar es muy débil. El lazo entre hombres y mujeres nunca ha sido lo suficientemente fuerte como para sostener la estructura de la familia nuclear. El resultado ha sido una estructura familiar inestable, donde luego de la procreación, la pareja se disuelve. La disolución de la pareja alimenta, en palabras de Vethencourt, una “muy frecuente poliginia sucesiva e itinerante y, a la vez, en una frecuente poliandria, también sucesiva, pero menos itinerante” (Citado por Moreno, 1995: 430).

La falta de fortaleza de la familia monogámica, propicia que el hombre transite en torno a varias mujeres (‘poliginia’) y por extensión, en torno a varias familias, sin terminar de establecerse en ninguna. Así, el padre se desentiende de sus hijos, y la mujer asume la responsabilidad casi total en la crianza de los niños. El padre queda así virtualmente ausente del núcleo familiar, y la madre se convierte en el eje de la vida familiar. De esto se desprende que la familia venezolana sea ‘matricentrada’, a saber, el modelo de organización familiar donde, con la virtual ausencia del padre, la madre acapara el mundo emocional del individuo.

Advirtamos que el uso que Vethencourt hace de las palabras ‘poliginia’ y ‘poliandria’ es, desde un punto de vista antropológicamente técnico, inapropiado. ‘Poliginia’ se refiere a la institución donde un hombre puede tener varias esposas, y ‘poliandria’ es el término empleado para designar la situación donde la mujer puede tener varios esposos. Pero, precisamente, dado el hecho de que tanto la poliandria como la poliginia legitiman la pluralidad de cónyuges, en las sociedades poliginias y poliándricas, el padre no se desentiende de la familia y de los hijos. No existe mayor dificultad en atender a varias esposas y a varias familias. Claramente, no es esto lo que ocurre en la familia venezolana.

Un término más apropiado para describir lo que Vethencourt tiene en mente es ‘policoitia’, que describe “las situaciones de apareamiento plural sin hacer referencia al hecho de que estén o no casados” (Parkin, 1997: 44). Como bien sostiene Vethencourt, la familia venezolana se caracteriza por una pluralidad de parejas sexuales. Pero, tanto el marco legal como los valores superestructurales de la familia venezolana están conformados por la monogamia. Es el desequilibrio entre la monogamia y la policoitia lo que abre paso a la familia matricentrada: el hombre tiene varias mujeres, pero la sociedad le exige que tenga una sola. Cualquier revisión etnográfica general revelará que en la mayor parte de las sociedades poliginias, el padre sigue ocupando una posición importante en la estructura familiar, pues en esos casos, la policoitia encuentra correspondencia con la poliginia.

Aún si no emplea la terminología antropológica correcta, Vethencourt está al tanto de que la familia venezolana sufre de un desequilibrio, por lo que su estructura es ‘atípica’, y la experiencia familiar venezolana se acerca a ser un ‘fracaso’. Para su óptimo funcionamiento, la familia necesita de una madre y un padre; en la familia venezolana, éste último se destaca por su ausencia.

Moreno (1995) acepta la descripción que Vethencourt ha hecho de la familia venezolana. Su experiencia etnográfica confirma que, efectivamente, la familia popular venezolana es ‘matri- centrada’. Pero, allí donde Vethencourt sostiene que la familia matricentrada es ‘atípica’ y en buena parte un ‘fracaso’, Moreno protesta, sosteniendo que la familia matricentrada es tan funcional como la convencional familia nuclear en el resto de las sociedades occidentales.

La madre, nos dice Moreno, constituye el eje de los mundos emocionales de los venezolanos. Por complejas razones históricas a las cuales volveremos más adelante, Moreno sugiere que, siglos de tradición familiar han propiciado que la pareja como institución, nunca consiga suficiente fortaleza y estabilidad entre los venezolanos. Así, el eje de la estructura familiar es, y muy seguramente, seguirá siendo la madre, pues la virtual ausencia del padre no permite que sea de otra manera. El nexo que el hombre venezolano mantiene a lo largo de su vida es con su madre. El hombre venezolano siempre será hijo, mucho más que esposo o padre.

Este fuerte nexo ‘madre-hijo’, sostiene Moreno, propicia que el hombre venezolano nunca se entregue de lleno a relaciones con otras mujeres; por ello, sus relaciones conyugales siempre son inestables. La madre, por su parte, alimenta en el hijo esta virtual ausencia en la vida familiar, pues de ese modo logrará que el hijo mantenga toda la vida una íntima conexión con ella. El mundo del venezolano es el mundo de la madre. El venezolano siente un vínculo especial no sólo con la madre, sino con todos los otros elementos que se acercan a ella: sus hermanos uterinos, sus parientes matrilaterales, la casa de la madre, etc. La mujer, por su parte, se emancipará de la madre a temprana edad, pues ella misma aspira ser madre, reproduciendo así la estructura familiar prevaleciente.

La familia ‘matricentrada’ en Venezuela es una realidad difícilmente discutible. No dejan de tener razón los autores anteriormente mencionados cuando señalan el hecho notorio de que la familia popular venezolana no es como la del resto de las sociedades occidentales modernas.

En efecto, predomina en Venezuela una estructura familiar donde el padre está virtualmente ausente del núcleo familiar. Esta ausencia no es necesariamente física. Bien puede tratarse también de una ausencia emocional: en la mayor parte de las familias venezolanas, el padre es apenas una figura distante, desentendida de los asuntos de...

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