Mentiras verdaderas

El cine, que se encarga de crear tantos mitos en la pantalla, también los produce fuera, mientras filman las imágenes hemorragias de personas que se dedican a cuidar miles de detalles. Lo he recordado en estos días mientras veía Habemus Papa, de Nanni Moretti. Parte de sus imágenes recrea un Vaticano de humo. William Faulkner fue testigo de esta ensoñación que en muchos casos adquiere realidad por obra y gracia de carpinteros osados. No fue el primero. Tampoco el último. Dejó testimonio en el texto, incluido en Mi experiencia en Hollywood, de su fugaz paso por la meca del cine, Hollywood. El autor de El sonido y la furia estuvo en la nómina del estudio MGM en los años treinta y cuarenta. Hacia 1932 sorpresivamente Faulkner recibió una carta de su agente artístico en Hollywood, con un cheque adosado, que correspondía a la primera semana de trabajo. Le llamó la atención que no le hubieran enviado un contrato. Pensó que quizás se habría traspapelado, y que llegaría más tarde. Nada de eso ocurrió. La semana siguiente recibió otra carta, con otro cheque semanal. Esta curiosa rutina comenzó en noviembre de 1932 y se extendió hasta mayo de 1933. Entonces sucedió algo inesperado. Llegó un telegrama del estudio MGM, dirigido a William Faulkner, Oxford, Misisipi. Le preguntaban dónde se encontraba. Este sureño cínico respondió que se encontraba en su casa, adonde le habían enviado el telegrama. Entonces lo llamaron por teléfono y le exigieron que se trasladara en el primer avión a Nueva Orleans, para que entrara en contacto con el director de cine Tod Browning, que ya había dirigido Drácula y la no menos asombro sa Freaks. Al llegar buscó el hotel donde se alojaba el señor Browning, quien celebró su aparición finalmente y le pidió que descansara porque había que levantarse temprano la mañana siguiente. Faulkner quería conocer la historia que iban a desarrollar. Browning le sugirió que buscara en una de las habitaciones al guionista, que conocía bien el argumento. El guionista no deseaba con versar a esas horas y respondió: Cuando haya usted escrito el diálogo, le hablaré del argumento. Faulkner decidió que era importante dormir y descansar...

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