Mientras crece la hierba de la eternidad

Apareció un día en el liceo Fermín Toro de Caracas dispuesto a culminar un bachillerato que por razones técnicas ministeriales no podía terminar en Valera o en Carvajal su lugar de nacimiento; de tal manera que su nueva y previsible carta de ciudadanía liceísta lo obligó a dejar atrás alguna neblina de ciertas tardes y unos páramos cercanos donde crece la hierba de la eternidad: parajes que evocó años más tarde cuando compuso uno de sus textos más hermosos para homenajear a Juan de la Cruz en el que ofrecía al universo de la poesía su célebre Cántico de Jajó, que incluía su Oración para que san Juan de la Cruz perdone a los poetas y terminaba con esta dolorosa confesión: Creo que a mí no me podrás perdonar. No sé... No sé... He tratado de decir muchas cosas en tu honor... He tratado de hablar de tu presencia milagrosa... He tratado de dejarte unas palabras... Y sólo queda un no sé qué que queda balbuciendo.También dejaba atrás el agua del Alto de Escuque el último lugar, dejó escrito, donde se deposita toda la ternura de la tierra. Allí vivían unas tías suyas y el agua que se tomaba en esa casa provenía de un manantial de la montaña muy cercano; límpido, resplandeciente como cristal, que parecía manar desde el propio Paraíso Terrenal donde se levanta el árbol de la vida porque, ciertamente, no era un agua de este mundo. Dijo que había polvo en la montaña; que la neblina, precisamente, convertía las piedras en plantas de otro mundo; que el frailejón respira con sus hojas de llanto casi animal; que había unos venados sonámbulos y una planta llamada díctamo para alargar la vida...Pero el liceo caraqueño lo hizo hombre de ciudad y al alcanzar renombre como escritor, Adriano González León supo que ya no volvería a tomar aquella agua; que era como si la ciudad le hubiera hecho perder la inocencia... Que armado de una espada encendida se había auto expulsado del Edén que allí se había construido. En todo caso, supo esparcir la ternura de aquella tierra y la eternidad de sus aguas no sólo sobre quienes le conocimos entonces, sino sobre todos los que tuvieron ocasión de verlo, escuchar su voz, leer sus apasionados textos y deleitarse con el resplandor de su palabra. Para mí ha significado un privilegio haber sido él, más que un amigo entrañable, el admirado hermano de la familia que he elegido a lo largo de mi propia vida.El Fermín Toro fue más que un liceo hermoso y combativo que veía venir sobre el país venezolano el oprobio del fascismo...

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