Un museo de la corrupción

El hijo de Alí Babá, a quien insistían en llamar Babá Junior, contra su voluntad porque sen tía que se lesionaba su condición de macho criollo prefería que lo llamaran Babita, Babieca o Baboso, tan pronto como terminaron los funerales de su padre se dirigió a la colina paterna para gritar a todo pulmón la consigna que le reveló antes de morir: ¡Ábrete Sésamo!... no sin antes desgañitarse gritando: ¡Ábrete Ajonjolí!, por negarse a usar el nombre exótico que le dan en Europa a la semilla con que aquí preparan el menjurje que suelen ligar con la criollísima chicha ni tan criollísima pues era licor precaribe y prearawaco procedente de Panamá.Hasta que la combatiente com pañera le advirtió que de acuerdo con lingüistas invitados a un coloquio que le tocó presidir aquí, no hay nada autóctono, todo es navegao, incluyendo la yuca y el maíz que alimentaban a nuestras tribus cuando no practicaban el canibalismo ritual con los enemigos, aún presente en la asamblea nacional del hombre de los ojitos, un Rambo caribe, variedad taparita metro y medio de altura, capaz de cualquier maluqueza.Con las palabras mágicas se abrió la gruta y ante los ojos atónitos del heredero aparecieron unas inmensas tinajas que, en su momento, fueron llenadas con dineros embolsillados por militares del Plan Bolívar 2000; odres gigantes para los créditos adiciones aprobados para planes eléctricos, de salud y vialidad y luego desviados por orden superior; muestras de...

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