No somos colombianos

Resulta difícil en Colom-bia, o casi imposible, que un alto funcionario demande a un líder de la oposición por criticar su desempeño en asuntos relacionados con el bien común, por hablar desde una tribuna. Una retórica que remonta al siglo XIX, en la cual se cultivaron las formas sin subestimar los contenidos, permitió polémicas que a algunos les han parecido farragosas, pero que han formado una tradición de republicanismo a través de la cual se han fortalecido las instituciones hasta el punto de resistir los embates de numerosas hostilidades, entonces y ahora. Un candidato a mandón, como Cipriano Castro, usó como barniz los discursos de los Gólgotas para engañar incautos en este lado de la frontera, pero no pasó de la deplorable imitación. ¿Por qué? No era de allá, solo se ocultaba en un trabajo de brocha gorda que le permitió meter gato por liebre durante cierto tiempo, especialmente porque el discurso de los caudillos criollos era una quincalla de lugares comunes.Allá no se dan burócratas co mo la señora canciller que ahora tenemos aquí, debido a que un mandato de las viejas generaciones la obligaría al comedimiento en el manejo de los asuntos de su competencia y al respeto del adversario, especialmente al acatamiento de las normas de comunicación consideradas como fundamentales. Pudiera colarse algún atorrante, como ha sucedido en circunstancias inusuales, pero jamás una negación pertinaz de la convivencia republicana. Hubiera caído en el veneno de un polemista de la talla de Vargas Vila, por ejemplo, insoportable para los estudiosos de los debates de las élites, pero destinado a dejar cicatrices que sacaban del juego a los aventureros. O a ganarse el entusiasmo de los lectores. Lo mismo se puede advertir desde antiguo en los líderes de sucesivas oposiciones, capaces de levantar ronchas y de multiplicar clientelas multitudinarias sin traspasar las barreras de un ataque que, en general, se aleja de los irrespetos ramplones y de la superficialidad de los clichés.Hasta en materia de demagogia somos distintos los colombianos y los venezolanos. Ellos más cultivados y hasta capaces de sorprender con intervencio nes dignas de permanecer en la memoria colectiva, con el perdón de nuestros irrelevantes sermoneadores de la actualidad. No sucedió lo mismo durante el período de...

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