El oscuro fin del fuego

Comencemos esta primera columna de entrega mensual con una pre gunta, la primera que debería hacerse todo cocinero: ¿por qué cocinar? Además de la obviedad de la necesidad de supervivencia tratemos de contestarnos yendo un poco más allá. Fausti no Cortón dijo que cocinar hace al hombre y toda la escuela de antropólogos posestructuralistas sostenía que era la facultad de cocinar y no la de hablar la que nos hacía sapiens. Muy bien, así que de ser esto cierto y ya saldada nuestra deuda evolutiva al quedar demostrado durante unos cuantos siglos que cocino, luego existo, como hombre podríamos darnos a la tarea o más bien quitarnos otra de simplemente alimentarnos con un poco de carne cruda y algunas hierbas: ¡asistiríamos así a la apoteosis del carpaccio y del salad bar!, y seguramente habría menos peleas entre apasionados chefs idealistas y empresarios obsesionados por el tan necesario retorno de inversión.Por otro lado, la negación deliberada de la cocina a la vez que camino de descivilización sería también el comienzo de la anhelada posmoderna vuelta a la naturaleza: si quisiéramos desmontar el caos del mundo industrial para que no se hagan realidad las más temidas visiones distópicas que Hollywood nos pueda hacer temer, entonces no deberíamos preocuparnos tanto de la capa de ozono ni de los vegetales transgénicos, sino más bien de dejar de cocinar, que a fin de cuentas fue por donde empezó todo ¿o no? Pero no nos desviemos y volvamos a la pregunta: por qué obstinarnos, como raza, en un nasi-goreng, un coq au vin o una hallaca, lo mismo da. Por qué complicarlo todo de tal manera. Tratemos de contestarnos brevemente. Por un lado, los cocineros deseamos servir y agradar por medio de la seducción del comensal, pero...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR