PASIONES EN SU TINTA

Ilustraciones La pasión desconocida Juan Carlos Méndez Guédez Gozan de un ambiguo prestigio. Las miramos con desconfianza y miedo, pero las evocamos a cada instante. Las observamos con temor de naufragio, pero cuando llega la medianoche buscamos su rastro en el fondo de los vinos, en antiguas libretas de teléfonos, en fotos de Internet, en libros de hojas color sepia. Conocemos su poder, su energía irrefrenable. Al enloquecernos, las pasiones tienen el raro poder de dotarnos de humanidad; por ellas descubrimos el delirio que nos hace sentirnos dioses fracasados, fragmentos de una eternidad imposible, carne mortal y palpitante que desafía la mediocridad del tiempo. Los tópicos y los lugares comunes las rodean. Decimos pasión y de inmediato imaginamos el amor febril, el deseo, el infinito odio. Energía en estado puro. Estallido. Por eso quiero reivindicar la más invisible de las pasiones, una que Descartes no incluyó en su listado y que es la pasión de las pasiones porque ella condensa la tensión de lo indetenible y a un mismo tiempo de lo inmóvil. Hablo por supuesto de la pasión por dormir. Quizás algunos podrían vincularla con el pecado capital de la pereza. Nada más lejano a la verdad. Dormir apasionadamente es un desaforado ejercicio, una exacerbación del cuerpo. Enamorarse, odiar, desear locamente ya no es desenfreno sino expresión de la normalidad más plana. En el mundo de hoy cada acto del día, cada publicidad, cada canción, cada película, invita al roce, a la batalla, a la desnudez. Lo descontrolado es dormir. Dormir y desear dormir. Que las ciudades se llenen de promesas falsas, de jadeos, de peleas, de ambiciones. En todas ellas surgirá la resistencia pasional de un solitario, en todas ellas habrá alguien que intente alcanzar la felicidad que exige su cuerpo: dormir hondo, dormir en el olvido, dormir en la felicidad de quien es incapaz de hacer daño a otro con su respiración y sus ronquidos ocasionales. Alguien capaz de susurrar como Los Beatles: Por favor, no me despiertes, no me agites. Déjame donde estoy; sólo estoy durmiendo. Claro que no me refiero al aficionado que duerme con puntualidad rigurosa en las noches, o al afectado por una terrible narcolepsia; hablo de quien enfoca todas las energías de su vida hacia un objetivo nítido: alcanzar el sueño en todos los lugares y momentos posibles. Me refiero a ese que duerme en el metro, en los ascensores, en las conferencias, en las fiestas; a ese que baila dormido una salsa de Maelo, a ese que logra dormir con los ojos abiertos y asiste a reuniones de trabajo, a conversaciones íntimas, a clases universitarias, a ese que es capaz de abrir un libro dando la apariencia de estar entre la gente, cuando en realidad se encuentra dentro de sí mismo, hozando pecadoramente en el fango delicioso...

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