Penes, magnicidio, elecciones

Desde que asumió la Presidencia de la República y la jefatura del PSUV, Nicolás Maduro ha tenido que enfrentar dos serios obstáculos. Uno, que no es lo mismo ser más o menos el primero entre iguales, que el líder único e indiscutible de todos, como lo fue Hugo Chávez. El otro, que obtener una victoria muy apretada en las elecciones del 14 de abril, además de agravar la languidez de su liderazgo, le permitió a la oposición arrojar la sombra de una sospecha razonable sobre la legitimidad de origen de su mandato.La existencia de estos dos pro blemas, acrecentados a su vez por la peor crisis social de estos tiempos, sin que Maduro tenga a mano la cómoda opción de culpar al gobierno anterior, lo han obligado a concentrar su acción política en la tarea de darle algún sustento a su liderazgo personal y en superar definitivamente la perturbación creada por la duda de abril, contrariedad que si bien ha perdido peso con el paso de los meses, aún está ahí, latente, a la espera de un momento más oportuno para hacer su letal reaparición. Del éxito que tenga Maduro en este empeño dependerá la reunificación de un universo chavista en estado de creciente dispersión desde la muerte de su líder natural, y su propio futuro político. Mientras tanto, a medida que se acercan las elecciones municipales, la amenaza de una catástrofe se hace más palpable.Conscientemente o no, Maduro está al tanto de esta difícil situación. Y se le nota. Sus confusiones, algunas conceptuales, otras simplemente lingüísticas, son cada día más frecuentes. Dan risa, pero peor aún, preocupan. La persistencia obsesiva de denunciar sabotajes y últimamente intentos de magnicidios a diestra y siniestra, la desmesura de anunciar que las furias divinas caerán sobre las cabezas de los culpables, incluir en su denuncia a Barack Obama, quien según Maduro estaría tratando de hacer coincidir un ataque militar a Siria con un atentado contra él y Diosdado Cabello ejecutado por sicarios colombianos bajo el mando de un octogenario terrorista cubano, revelan un alto grado de desorden discursivo, en el que se mezclan, sin ton ni son, sus más afectadas fantasías con el descuido, por ejemplo, de llamar penes a los panes y los peces multiplicados por Jesucristo para satisfacer el hambre de los invitados a las bodas de Canaan.¡Gusto se daría Freud analizando semejantes disparates! A nosotros, en cambio, estos desatinos nos inducen a pensar en terribles escenarios.¿Qué pasará si la insuficiencia...

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