Pensar o callar

En su ya larga y poco potable pasantía presidencial, Nicolás Maduro ha dejado entre ver que no piensa lo que dice, pero sí dice lo que piensa. No otra cosa puede conjeturarse a partir de un exiguo e impreciso discurso como el suyo, hilvanado con insuficiencia conceptual y abundancia de prejuicios. Al sostener, por ejemplo, que la virulenta reacción de su claque parlamentaria ante la negativa de los diputados opositores a reconocer la legitimidad de su investidura se explica por la extracción popular de los alabarderos que en el Congreso actúan no como legisladores, sino como defensores de los intereses gubernamentales, el heredero exterioriza las preconcebidas y reaccionarias ideas que alimentan su pensamiento. Y cuando, para intimidar a los empleados públicos, afirma, autoritario y fanfarrón, que sabe con certeza quiénes son los 900.000 votantes que se le voltearon, no se da cuenta del disparate que comete al desacreditar la confidencialidad del sufragio, comprometiendo más aún su dudo sa victoria en las impugnadas elecciones presidenciales, y sembrando la sospecha de que no ha ponderado el alcance de sus palabras antes de proferir sus torpes amenazas.No puede haber cavilado quien resta importancia a la gravedad del putrefacto desahogo del amo de las cloacas cuando, por otra parte, es capaz de endilgar las causas del auge delictivo y el incremento de la inseguridad a los medios independientes y, para colmo, asegurar que estos le censuran. Se transa, sin embargo, con connotados patronos de la comunicación para transmitirles lo que piensa al respecto, buscando en realidad, a cambio de jugosas pautas publicitarias, silenciar las informaciones concernidas a la escalada criminal que nos mantiene en vilo, como si su ocultamiento pudiese ponerle fin.Haría bien en callar quien hasta ahora no las ha tenido todas consigo al momento de asumir su ambicionada condición de líder y se ha visto en la obligación de negociar con quienes sataniza a cada momento y señala como culpables de las falencias heredadas de su mentor, y que él y su patota no han podido subsanar porque, sencillamente, no saben cómo hacerlo; por eso no tiene más remedio que suplicar cacao a quienes supone generadores del malestar social: los empresarios, productores e inversores, que sí saben cómo, dónde y cuándo se bate el cobre.Haría bien en callar de una vez y afrontar la crisis de gobernanza derivada ya no de su incompetencia y la de sus colaboradores...

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