Yo y Platero

Lo que pasa es que los venezolanos nos hemos ido acostumbrando. A fuerza de soportar abusos de poder, presenciar todos los lunes a decenas de madres llorando impotentes por el asesinato de sus hijos, constatar cómo se esfuman los petrodólares patrios enviados a otros países, contemplar el paso de los cada vez más ostentosos vehículos 4 x 4 que junto con las hileras de botellas de whisky 18 años definen el estatus de las nuevas élites, ir a visitar a amigos que están presos por caprichos e intrigas cortesanas del inquilino de Miraflores, o verificar una y otra vez cómo se usan los recursos del Estado para la campaña electoral del candidato vitalicio, una especie de callo nos ha salido en el corazón y en el entendimiento para poder soportar el temporal con un mínimo de equilibrio y cordura. Sin alarmarnos de más. Debe ser uno de esos meca nismos de defensa, en el sentido freudiano del término, que los colectivos humanos sometidos a largos períodos de sufrimiento ético-político desarrollan para preservar la integridad anímica y no sucumbir a la impotencia o la tentación violenta. Es un recurso comprensible. Pero a los ciudadanos de mócratas, además de atizar la esperanza por el cambio que viene el 7 de octubre y, como parte misma de esa campaña, nos corresponde mantener viva la indignación y la defensa de los principios democráticos, y con ese propósito debemos afrontar, desmontar y divulgar, una a una, como en una batalla cuerpo a cuerpo, toda intervención, acción o frase emitida por el candidato vitalicio en el empeño de atemorizar, perseguir o degradar moralmente a todo aquel que se oponga a sus designios. Por eso hay que revisar con cuidado, y explicarlo a las gentes cercanas, el sentido profundo, totalitario y discriminador de la declaración pública en la que el Jefe Único ha sostenido, frente a miles de soldados, que quien no es chavista no es venezolano. Vivida desde el callo que nos protege, cualquiera puede considerar que se trata sólo de un desplante, uno más de los tantos a los que nos tiene acostumbrados el hombre de la logorrea. Pero, mirado desde el largo plazo histórico, hay que...

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