Póquer de ases

Hay un cuarteto de jefes de Estado cuyas disimilitudes no excluyen una secreta afinidad. Actúan en contextos políticos y culturales distintos, pero el hilo invisible que les une es más fuerte que los desacuerdos. Todos ellos han convertido sus gobiernos en una permanente exhibición de sus egos. Desempeñan sus respectivos papeles como actores ante un anfiteatro abarrotado.

Los medios de comunicación multiplican al infinito su representación cotidiana. El Estado son ellos, y punto final.

El primer miembro del cuar teto ha transmutado su vida conyugal en permanente espectáculo. Tras un periodo de amor y desamor con su primera esposa, a la ruptura de la pareja por ésta estrenó una telenovela con una cantante y modelo mimada por las revistas del corazón. La foto de ambos empapela los quioscos de periódicos y, gracias a los consejos de un asesor de imagen, la diferencia de estatura entre ellos se compensa con el tacón del calzado presidencial y las poses en diferentes peldaños de la escalerilla del avión o de los escalones majestuosos de su residencia. Existe un gabinete escogido a dedo, pero quien gobierna es él. En tiempos de crisis, paro e inquietud social reivindica una identidad nacional ajena al anticuado concepto republicano de ciudadanía, establece oportunos distingos entre compatriotas antiguos y nuevos, adopta medidas aplaudidas y rentables contra la población errante con la vista atenta en las encuestas. Cuanto hace y deshace responde a su noble propósito de repetir el mandato. Aunque no se le conocen aficiones literarias ni filosóficas encarna el personaje representativo de la sociedad radiografiada por Guy Débord.

El segundo Âel caballero del peluquín y la cara laboriosamente rehecha, mezcla de los héroes de Saviano y del Gatopardo asume magistralmente el papel de padre y padrino.

Fabula con la naturalidad del que practica ese arte a conciencia. Aconseja invertir en su país porque las secretarias tienen las piernas más bellas de la Unión Europea. Es experto en líos de faldas y fiestas con velinas. Pacta por partes iguales con la Camorra y la Iglesia.

Sus electores lo saben y le adoran. Quisieran ser como él y lo toman de ejemplo: del rostro que desearían ver reflejado en el espejo. Ha logrado privatizar para sí los medios audiovisuales, la judicatura y, a fin de cuentas, el Estado. Los lances miríficos asociados a su figura acrecientan su fama y fortuna.

Sus cuentas bancarias, dicen los resentidos, son portentosas. Mas, si la gracia...

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