Postales del desencanto

M aritza lleva ya siete horas en la cola del Bicentenario.En ese lapso ha tomado café cuatro veces, ha escupido dos chicles, ha tomado malta y agua, charlado con sus vecinas de cola muy poco simpáticas, la verdad y chateado hasta el hartazgo con casi todos sus contactos telefónicos. Está preocupada porque la batería del celular agoniza y aún está a más de cien metros de la entrada al supermercado. Se va a quedar sin opciones para neutralizar el aburrimiento. Le duelen los pies, pero no se ha querido sentar en el suelo porque sus leggings azules son una reciente adquisición y no quiere iniciar su deterioro. Interiormente, riñe con su vanidad: querer lucir bien en una cola del Bicentenario es una coquetería estéril. Un militar que custodia la cola parece más bien querer vigilar sus piernas.Eso la pone de peor humor. Sólo desea que esta vez no haya desorden, empujones y gritos como la semana anterior. El fantasma del saqueo ronda. Lo sabe. Y también sabe que el militar que la bucea no merece ni una sonrisa suya.Sí, se siente humillada. Pero tiene tres hijos, un marido y una suegra que alimentar. Mejor cállate, Maritza.La cola avanza diez pasos.Al salir del local está satisfecha. Lleva dos paquetes de arroz, aceite, algo de harina, pasta y mantequilla. Y lo mejor: pollo y dos kilos de carne. Una carne espantosa, pero ni modo. Va cargada de bolsas. Siente que tiene un pequeño tesoro. Sus hijos van a cenar mejor hoy. Su marido se sentirá orgulloso. Son alegrías extrañas, que antes ni existían. Se pregunta si así será en los países cuando están en guerra. Apura el paso. De pronto, siente un tirón que hala sus leggings hacia abajo dejándola imprevistamente en pantaletas. Siente la ráfaga de aire en las piernas.Suelta las bolsas para subirse el pantalón. En el acto, dos muchachos toman del suelo las bolsas de comida y huyen. Maritza grita, corre tras ellos cinco, diez, treinta metros. Busca al militar que la buceaba sin pudor y ahora no aparece. Se detiene. Ha perdido la comida, el dinero, el esfuerzo, el día de trabajo. Y el control.Maritza se sienta a llorar en el suelo. No puede parar.Sus leggings se manchan de revolución. Y de desencanto.

***

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