La psique secuestrada

No importa si lo de la enfermedad es verdad o mentira. Si se trata de un mero montaje para volverle a coronar. O si las dos cosas ocurren a la vez. Lo que la saga melodramática de la retirada de Hugo Chávez a los cuarteles hospitalarios cubanos viene a recordarnos, una vez más, es el hecho lamentable de que estamos en un país en el que todos los hilos del poder político convergen en sus solas manos. Y algo más. Lo peor. Que más allá del formidable hechizo que el líder único ejerce sobre sus seguidores, el agobio que sus abusos de poder genera y las operaciones estratégicas del culto a su personalidad Âla omnipresencia nacional, las cadenas radioeléctricas obligatorias, ruedas de prensa frecuentes, vallas descomunales, retratos alegóricos en edificaciones oficiales, uso insistente de las redes sociales y monopolio de la televisión estatal han dado frutos. La figura arquetipal del cau dillo militar que nos gobierna copa todos los escenarios de la opinión pública y secuestra emocionalmente, ya por veneración, ya por rechazo, la vida íntima y la psique individual de la mayoría de los ciudadanos venezolanos. Porque Hugo Chávez no es un jefe de Estado ni el chavismo un movimiento político, vamos a decir, normales. A diferencia de los partidos que construyeron la democracia venezolana ÂAD, Copei, URD y PCV creados por grupos de jóvenes políticos e intelectuales en torno a una doctrina, el chavismo no ha sido otra cosa que la condensación aluvional, en torno a la figura mesiánica de un solo hombre, de los deslaves de una logia militar que fracasó intentando tomar el poder a través de dos golpes de Estado en 1992 y de una gama variopinta de dirigentes residuales y fracasados de movimientos políticos anteriores, reunidos en torno a un atractivo único: el carisma evidente del caudillo. Por eso Chávez, a diferencia de los gobernantes demócratas que se saben circunstanciales, cree que gobernará hasta la muerte. Porque se percibe a sí mismo indispensable para la revolución. Hasta que ésta...

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