Renato Rodríguez: Del Equanil al infinito

¡Claro que conocí a Merv Griffin!, a quien después sacaron del canal y substituyeron por Da vid Frost, con quien también trabajé, una pausa. Se rasca la barbilla, luego frota su nuca, exhala: Y, por cierto, ese inglés no me miraba con buenos ojos.Una vez me llamaron para que fuera a su oficina porque el aire acondicionado no le funcionaba. Yo fui y me di cuenta que no estaba enchufado. Lo enchufé y funcionó. Frost me preguntó, con su tremendo acento británico, `¿cuál era el problema del aire acondicionado?’. Y yo le contesté que no había problema, sino que él no lo había conectado. Dos tipos que estaban acompañándolo en su oficina se murieron de la risa y Frost, que había quedado en ridículo, se puso feroz y me dijo, entre dientes: `¡Pero qué tipo tan brillante es usted!’.Pero lo dijo con ironía, por supuesto.Tras narrar semejante anéc dota con la tranquilidad de quien echa un cuento normalito y corriente, Renato Rodríguez encendió un cigarrillo y soltó una bocanada de humo.Su voz se apagó y acomodó su liviana anatomía en una vieja y crujiente silleta de madera. Eso fue hace ocho años. Un encuentro que hoy siento que ocurrió hace siglos. De hecho, a veces me he preguntado, ¿de verdad me senté a hablar con el autor de Al Sur del Equanil, por allá bien arriba, entre la fría bruma de una montaña de El Consejo, en el estado Aragua, o todo se trató de alguna alucinación post-beat-post-hippie post-literatura; alguna fantasía típica de quien quiere ser escritor y espera que, en algún raro momento de su vida, pueda toparse con un gigante de las letras al mismo tiempo casi anónimo, como Renato Rodríguez? Pero en este momento, durante la noche de un sábado casi erótico, mientras las estrellas están ocultas en la oscura cúpula estelar, recuerdo muchos detalles, casi todos, de cuando escuché las leyendas, cuentos épicos y barbaridades, pronunciadas con voz espesa y añeja, por Renato Rodríguez. Un tipo que vivió, jodió, lo contó... y luego, igual que otros tantos guerreros, se retiró a un descanso elegido en su Valhala personal, donde la inmortalidad es un poema cuyos versos persisten como una conciencia suprema.Buscando, siempre buscando Al Sur del Equanil 1963, El bonche 1976, La noche escuece 1985, Viva la pasta: las enseñanzas de Don Giuseppe 1985, Ínsulas 1996 y Qua nos 1997. En un puñado de obras se plasma el trabajo de una vida alborotada. De largos y tornasoles recorridos; personajes que buscan, sin rumbo fijo, el futuro y, tal vez, alguna...

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