La República pendiente

Hace 40 años, la mañana del 10 de enero de 1968, el periodista Pedro Joaquín Chamorro fue asesinado por sicarios de la dictadura de la familia Somoza. Iba solo, ajeno como era a guardaespaldas, al volante de su propio vehículo, cuando los asesinos a sueldo lo emboscaron en un paraje desolado de las ruinas de Managua, devastada por el terremoto de 1972, y le dispararon con una escopeta y llenaron su cuerpo de perdigones.Una frase suya lo define como pocas: Cada quien es dueño de su propio miedo.Recibía constantemente amenazas de muerte porque en sus editoriales del diario La Prensa, que dirigía, se mostraba inflexible con el sistema somocista que a lo largo de casi medio siglo había desmantelado las instituciones y sometido al país a la violencia represiva, la abyección, el fraude electoral y la corrupción que ejercida desde arriba carcomía el andamiaje social.Pero no eran denuncias huecas, sino que llevaban los nombres y apellidos de quienes a la sombra del Estado se lucraban de negocios inmorales, la familia reinante a la cabeza, pues no había letra del alfabeto donde los Somoza no tuvieran empresas privilegiadas: desde el arroz de la A, a la Z de zapatos, pasando por la X que correspondía a negocios desconocidos.En la letra S se hallaba el más infame de todos, el de la sangre, que Pedro Joaquín no cesaba de denunciar. La compañía Plasmaféresis, de la que Anastasio Somoza Debayle era socio mayoritario, compraba la sangre a los menesterosos para exportar el plasma a los mercados extranjeros.Lo manejaba un personaje de origen cubano llamado Pedro Ramos, quien huyó de Nica ragua hacia Miami al consumarse el asesinato.Dueño de su miedo, con el que supo vivir hasta su muerte, nunca se detuvo y se convirtió así en la conciencia del país en tiempos de desidia, temor y silencio, de conformismo y desánimo. Y su muerte atroz fue capaz de acabar con el silencio y el temor. Cada quien supo a partir de entonces que también era dueño de su propio miedo, y que era necesario tomar conciencia del miedo para acabar con el miedo.Fue el principio del fin de la dictadura. Miles acompañaron su ataúd desde la morgue hasta su casa, miles más lo siguieron hasta el cementerio, y la indignación popular se desbordó en las calles cuando era velado en las instalaciones de La Prensa en la carretera norte. Y llena de ese furor que acabaría destronando a la dictadura, la gente incendió Plasmaféresis y otros negocios de la familia en las vecindades. Una ola de fuego que ya...

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