Al ritmo de la champeta y la negritud

Ya es mediodía. Los escalones de la sede del Servicio Nacional de Aprendizaje en Cartagena están llenos de personas que los han escogido como sitio para comer. Para acceder al segundo piso hay que zigzaguear entre las bandejas de anime que tienen sobre sus rodillas. Varios aún esperan en cola para recibir su ración, otros conversan de pie, pero con vianda en mano. El resto almuerza con calma sobre la improvisada mesa de comedor. Acaban de salir de una de las charlas de la Semana de la Afrocolombianidad, sin saber que el cuadro que protagonizan sobre las escaleras transmite la misma sensación de pobreza, exclusión y miseria por la que reclamaban instantes atrás en un salón. Viviano Torres acudió a la charla como espectador. Viste un pantalón rojo, suavizado con una franela blanca. No se muestra altivo, aunque sus facciones y algunos de sus gestos dan señales de un temple recio. Su edad, 49 años, se dibuja en unas cuantas líneas de expresión. Tiene la espalda un tanto jorobada, que parece sentarse sobre sus costillas. Un sombrero rasta, que nunca se quita, le corona y un bolso tejido con las palabras Ane Swing le abraza. Todos le reconocen como cantante de champeta, pero también como uno de los líderes del movimiento que reivindica los derechos de la cultura afro de la ciudad, posición con la que a veces no se siente muy cómodo. Mejor me hubiera quedado sin saber nada, dice con la mirada triste que le acompaña siempre y en un tono que mezcla resignación, sarcasmo y una risa socarrona. Él no es un artista más de la champeta. Sus colegas le reconocen como figura clave en el nacimiento e internacionalización del género cartagenero que combina lo urbano y la herencia de la negritud. Afirma que, después de más de dos décadas, ese ritmo que se siente como un tex mex primitivo, con pinceladas de reguetón y Caribe, sólo se oye en las zonas populares, lejos de la Ciudad Amurallada de los turistas. El nombre de champeta tie ne un origen despectivo. Con este sustantivo se denomina a los machetes pequeños y se hizo adjetivo para referirse a sus propios portadores, habitantes de los empobrecidos barrios de la zona sur. Era el mismo público que en los setenta escuchaba los discos africanos que llegaban al puerto y se reproducían en los picós, una especie de equipos repotenciados con grandes cornetas que todavía se sacan a la calle para musicalizar al barrio y encender la fiesta. Torres creció rodeado de esos sonidos. Quiso imitarlos luego con vocablos de...

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