Secuestrados

I.El maestro espiritual tibetano ha decidido aceptar un discípulo y convoca a una especie de examen. Se hace una larga fila de aspirantes. Sentado en posición de loto, los interroga uno a uno. Muestra un objeto en su mano y les pregunta: ¿Esto es una vara?. Y agrega: Si me dices que sí, te pego. Si me dices que no, también te pego.Los aspirantes guardan silencio y se van retirando. No quieren exponerse al golpe. Hasta que uno de ellos agarra aire, adelanta ágilmente su mano, toma la muñeca del maestro y le inmoviliza el brazo. Y lo mira a los ojos. Ese fue el seleccionado.II.Esta parábola que ya no recuerdo dónde la escuché, la había contado antes en este mismo espacio tratando de explicar lo que ocurre en Venezuela entre el proyecto militar que usurpa el poder y los aspirantes democráticos a recuperarlo.Claro, el personaje que acá interroga no es un maestro espiritual, sino un gurú malandro. No está buscado discípulos, hace un interrogatorio policial. Pregunta: ¿Estás dispuesto a aceptar sin recurrir a la protesta violenta que me cargue la Constitución y los derechos ciudadanos ordenando a mis mastines hembras del CNE impedir el referéndum revocatorio? Si me dices que No, te mando a las FAN para que te peguen y al Sebin para que te arresten. Y si me dices que Sí, también.La opción inteligente en este caso sería sujetar la muñeca del político malandro para que no pueda firmar la orden.Pero el hombre está rodeado de guardaespaldas, milicias y colectivos paramilitares que impedirían la acción. Ya sabemos que solo inmovilizándole la mano eludimos el golpe de la vara. El problema es cómo hacerlo sin que la sangre corra y los armados encuentren el pretexto definitivo para imponer el deseado estado de excepción. Un reto a la imaginación política.III.Pero tal vez sea mejor recurrir a la imagen de una de esas películas gringas donde un vapor de ruedas navega río abajo por el Missisipi. Adentro viajan tahúres y pasajeros normales. Los tahúres, apoyados por sus guardaespaldas armados con rifles, obligan a los demás a jugar una tras otra partida de póker. Un robo elegante.Los jugadores normales saben que sus contendores, los tahúres, juegan con las cartas marcadas. Pero no...

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