Servicio exterior del bicentenario

Hace un par de semanas, el mismo día que la Asamblea Nacional acordaba trasladar los restos de Juan Germán Roscio al Panteón Nacional, fue apro bada la Ley Orgánica del Servicio Exterior, norma que pone fin a la diplomacia como carrera de Estado en Venezuela. Pobre manera de recordar a quien, entre otros muchos méritos, tiene el de haber ejercido desde abril de 1810 como secretario de Relaciones Exteriores de la Junta Suprema. En retrospectiva, se trata de una suerte de primer canciller, el que concibió entonces, con gran esmero, las primeras misiones diplomáticas que en aquellos trances envió Caracas a destinos cruciales: las Antillas, Gran Bretaña, Estados Unidos y Nueva Granada. Cada una de esas misiones llevaba precisas in strucciones que el propio secretario había meditado y trabajado en detalle. Por supuesto que la situación era nueva, que no había gente con la experticia para moverse en las complejidades de la diplomacia, marcada internacionalmente por conflictos e incertidumbres mayores y, en estas provincias, por la ambigua naturaleza del movimiento de abril. Sin embargo, también es cierto que Roscio Âcomo los personajes decisivos de aquella causa no era, en absoluto, un improvisado. Para corroborarlo bastaría constatar su preparación jurídica y política o, tan siquiera, leer los papeles que redactó y entregó a la misión a Londres en1810, quizá también algunos de los documentos de su pluma, como el Manifiesto dirigido al mundo en julio de 1811 tras la Declaración de Independencia. Doscientos años después, con la pretensión de equiparar la fundación republicana con su supuesta refundación Âmás bien demoliciónÂ, confluyen en la Asamblea Nacional el reconocimiento protocolar a Roscio con el desconocimiento real de la diplomacia como carrera de Estado. No de cualquier Estado, por cierto, sino de uno republicano, soberano, que la sociedad quiere...

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