La soledad del proyeccionista

Durante años trabajé en la parroquia Santa Rosalía, en Caracas, entre las esquinas de Puente Nuevo a Puerto Escondido, en una orilla del downtown capitalino. Ahí tenía sus oficinas la vieja redacción del periódico El Nacional.Al lado se alzaba el legenda rio Cine Urdaneta, que escondía en sus entrañas una operación financiera impecable.Con la exhibición de películas porno se sostenía la existencia intelectual de sus propietarios, quienes acostumbraban en la más estricta intimidad revisar una y otra vez las imágenes del filme El acorazado Potenkim, del cineasta ruso Sergei Eisenstein. Carne financia arte, dirían los entendidos.Un día escuché en una pana dería cercana a varios muchachos que conversaban con un señor mayor, al que hacían bromas con las películas del Cine Urdaneta. Pensé que era uno de sus espectadores fanáticos, que se colgaban de las butacas a presenciar acrobacias. Pero resultó ser el proyeccionista.No lo dejé escapar, sin que me dejara conocer la sala de proyección. Nunca antes había entrado a ese templo. Lo impresionante fue descubrir que aquel caballero, sencillo, taciturno, discreto, era un predicador de los Testigos de Jehová. Su lugar de trabajo era austero y amplio.No entendía cómo un hom bre que deseaba restituir el cristianismo primitivo podía trabajar en un negocio tan impuro, donde cuerpos corruptos se entregaban a la gozadera loca sin el menor recato. Me explicó que no veía las películas. No le interesaban. Era un operador mecánico que estaba más pendiente de una matica en el balcón de la sala de proyecciones que de las obras exhibidas.Ese proyeccionista de pe lículas en 35 milímetros está desapareciendo en todo el mundo. Nada más en Venezuela, donde la recesión económica ha retrasado muchas actualizaciones tecnológicas, 95% de las 400 salas de cine existentes han pasado de analógicas a digitales, según datos de la Asociación Venezolana de Exhibidores de Películas.Muy a pesar de lo que piensen directores como Quentin...

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