De la tentativa quimérica a la valoración del conocimiento humanístico

E l 12 de octubre de 1946 la Fa-cultad de Filosofía y Letras, que hoy conocemos como Facultad de Humanidades y Educación, inició un nuevo camino entre los que ya brindaba la Universidad Central de Venezuela. Ese día, Mariano Picón Salas pronunció un discurso de apertura que, como toda su producción, nos invita a reflexionar sobre la actividad humana y sobre el territorio geográfico y cultural donde esta se realiza.La creación de un nuevo espacio dedicado al cultivo del pensamiento resulta, en la palabra de Picón Salas, una especie de sortilegio, de acto mágico impensable para muchos venezolanos de la época. Fundar una facultad que centrara su objeto de estudio en el pensamiento puro, en las Humanidades clásicas, en aquellos altos goces del espíritu que no pueden expresarse en las estadísticas de producción o en los índices de ganancias financieras, resultaba empresa quimérica en una nación que a raíz del auge petrolero parecía dejar en el olvido estas exploraciones del saber. Había que adoptar un pragmatismo esterilizador de otras formas más altas de existencia, como decía Picón Salas, para incorporarse a ese vértigo de la contemporaneidad. No obstante esta creencia, que se imponía con gran fuerza en todos los sectores sociales, el escritor ve que el numen misterioso, al que Bolívar llamó Dios de Colombia, nos impulsa muchas veces a concretar proyectos que inicialmente se muestran irrealizables.El carácter utilitario del cono cimiento relega los estudios humanísticos. El favoritismo por las carreras que garantizan una productividad inmediata, es dominante. En esa atmósfera de transformaciones, de tensiones entre lo viejo y lo nuevo, de un proceso económico inédito que desbordaba al ciudadano común, no sorprende la desestabilización, el sinsentido que caracterizó, en gran parte, nuestro proceso de modernización a raíz de la irrupción petrolera.La noción de profesionalismo se impone como ideal de la instrucción y del ejercicio del saber como camino inmediato al lucro. Incluso esta idea, que Picón califica de excesiva, también predomina en la Academia, y tiende a parcelar el conocimiento, a aislar las disciplinas. El profesionalismo a ultranza, el deseo desmedido de alcanzar una productividad eficiente, cercena el cultivo de áreas del saber que son fundamentales para el desarrollo humano. Aquí, precisamente, cabe el espíritu de fineza en el más estricto sentido pascaliano que menciona el autor en su discurso, haciendo alusión directa a Blaise...

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