Sin traumas

S i el estilo de la política en Venezuela en los últimos setenta años ha sido tallado por la renta petrolera, el modelo de bienestar definido por la sociedad corresponde casi exclusivamente a las expectativas del consumo. La manera como desde el Estado se organizó la retención del poder consenso y promesalismo mediante la aclamación electoral determinó las lapidarias tensiones de una comunidad anclada en las puras reivindicaciones económicas. Civilidad y ciudadanía no están en el origen de los acuerdos, son más bien una consecuencia residual de la gestión política, ni siquiera de la educación. Los conflictos de una so ciedad desideologizada como la nuestra se resuelven en el mero aspecto funcional de la distribución de la riqueza, y esto pudiera parecerse a las demandas de una horda de la glaciación repartiéndose la cacería del día. Pero algo más debería haber para intercambiar y ejecutar en las rutinas de un país que emerge de un tiempo de minoridad, y que tras el fin del gomecismo estaba en la obligación de asumirse como una comunidad de intereses, y no como una horda que esperaba ser alimentada. Los traumas, pues, se van acumulando y tras sobrevivir a los desacuerdos del día, los desecha como una enfermedad vergonzosa, no los encara, ignora la terapia, ellos son sólo sospechosas delicadezas. La angustia, síntoma de inconformidad y opuesta a la fatalidad, es vista como una infección. En una sociedad fracasada todos simulan normalidad y éxito, nadie quiere oír que estamos en un cul de sac, y que incluso ya el tiempo de la mea culpa quedó atrás y ahora se impone, en la emergencia, el diagnóstico ya no en su alcance redentor sino puramente salvador. A la gente se le dice, por ejemplo, que debe votar pues es la única manera de participar e intervenir en la vida pública tener cédula laminada y estar inscrito en el registro electoral, resulta así la máxima cuantía de aquella civilidad. En un país cuya democracia se abrió paso desde el voto censitario, al menos debiera serse consecuente con un aspecto inercial de este igualitarismo y que en fondo es la otra cara de lo anticensitario: el derecho sin coerción. Se predica contra la abstención o el voto nulo, cuando éstas son justamente expresiones superiores de la disidencia en medio de los acuerdos precarios, si no votas te quedas sin derechos, suelen decirle al indeciso o incluso con esta retahíla amenazan al fastidiado. Yo le recuerdo a estos mentores electorales que se equivocan e incurren en...

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