400 vendedores informales trabajan sin permiso

Son las diez de la mañana de un día miércoles y Sujeidi Álvarez dejó de trabajar. Aunque quisiera, no puede vender más empanadas de queso, pollo o salchicha en los dos metros de acera, a la salida del metro de Petare, donde expende estos alimentos. No tiene un puesto para hacerlo, por lo que debe dejar el barrio José Félix Ribas antes de las 4:30 de la mañana y aprovechar de freír la mayor cantidad entre las cinco y las diez; justo antes de que llegue el verdadero propietario del concreto gris donde ahora está parada. Sujeidi no es la única que no podría trabajar. Los miércoles y domingos son días de paradas, y los buhoneros tendrían que retirarse. Pero ellos están allí, reconociéndose parte de la anarquía. Están allí, junto a los cartones de huevos, los perros calientes, los mototaxistas, la avena fría, las cachapas de jojoto, el mango con sal, los ajos, los panes andinos, los cambures, los quesos, las naiboas, la música cristiana, los dátiles, los orejones de pera, los cigarrillos detallados, las afeitadoras, la pega loca, los aliños, las palmeritas, las antenas de televisión, las catalinas, los paraguas metalizados, los melo nes, las lechosas, los churros y los suspiros; por supuesto, los suspiros. Están y sonríen. Incluso bro mean cuando son consultados sobre su mudanza a un mercado cercano, prometida por la alcaldía de Sucre. Eso nos dijeron, lo que no especificaron fue el año, comentó un vendedor informal que no quiso identificarse, mientras una Santa Bárbara de tamaño natural, acompañada por Elegguá, el Divino Niño y un Negro Primero, lo observaba. Según los vendedores infor males ésa es su única protección, porque aseguran que la policía sólo pasa para cobrarles 50 bolívares diarios, como pago por derecho a trabajar. Yolene Descoges, por ejemplo, es haitiana y está tramitando sus papeles. En esas circunstancias, no puede vender los mangos que compra en Coche; por eso sufre cuando las autoridades le piden su documentación, y, mucho más, cuando le...

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