Vestido para matar

Había planeado dedicar este espacio a comentar el fulminante K. O. propina do por el pueblo venezolano al proyecto continuista de Maduro con el más democrático de los instrumentos de lucha política, el voto, y que hizo del pasado domingo un histórico día.Pero todo o casi todo lo relevante de esa jornada se ha dicho: desde la inutilidad del CNE electoral hasta la improcedencia del Plan República; decidí, entonces, abordar una cuestión que, si no pasó desapercibida, dada la magnitud de los acontecimientos en desarrollo, fue quizá despachada con el mismo desdén que concita el anecdotario farandulero. Para ello me he valido de la escueta reseña de un acto académico en el que el jefe civil habilitado por los militongos hizo entrega de diplomas a un nutrido grupo de graduandos cadetes en la militarizada jerga oficialista de una casa de estudios mal categorizada como universidad Universidad Nacional Experimental de Seguridad, en la que no es un descabello suponer que se instruye a los aspirantes a esbirros y sapos en avanzadas técnicas de represión y refinadas artes de tortu ra. A pesar de ello, se imagina uno al hombre de La Habana y Fuerte Tiuna ataviado con la toga y el birrete que dispone el protocolo; pero, ¿por qué vestir un camisón que siempre le quedará grande?, ¿o encasquetarse un bonete que quizá le dificulte pensar y asocia con los maestros de las comiquitas que alimentaron su saber? ¡No, no, no; mil veces no! Preferiría un suriyah y un kafiyyeh, prendas túnica y tocado privilegiadas por el arcaísmo dogmático de su cosmovisión, pues engalanaban a circunstanciales e impresentables aliados del inextinguible comandante. De buena gana las hubiese lucido, ¿avatar de Muamar el Gadafi?, ante los cortesanos que aplaudían con fanática exultación la cere monia iniciática en la que a los recién borlados se les otorgaba licencia para matar.Se decantó, en cambio, por un uniforme azul intenso tirando a gris, como su gestión y la materia que no abunda en su cerebro, estampado con el caprichoso dictado del camuflaje y coronado con la joya de la red fashion bolivariana, una boina roja a la usanza de esos soldados que, durante la Guerra Fría, el cine bélico glorificó por sus incursiones tercer mundo adentro y que, al grito de utrinque paratus dispuestos a todo, daban lo suyo a aborígenes estigmatizados por la derecha hollywoodense como enemigos potenciales del mundo libre, y vindicados por el documentalismo izquierdista como víctimas del desarrollo...

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