Vida y destino

El pasado 2 de febrero, para conmemorar el 70 aniversario de la rendi ción del último grupo de soldados alemanes en la más cruenta batalla de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Volgogrado volvió a llamarse oficialmente Stalingrado. El pleno del ayuntamiento de la ciudad había acordado poco antes que la ciudad recupere ese nombre durante seis días al año: en la señalada fecha y, entre las otras, el 9 de mayo, Día de la Victoria sobre la Alemania nazi.A primera vista, parece la tí pica medida memorialista. Por qué no rendir homenaje, en efecto, a los cerca de tres millones de caídos en lo que ha quedado inscrito en los anales como el enfrentamiento bélico más destructivo de la historia.Salvo que la medida responde a una serie de intervenciones, auspiciadas desde el Kremlin, que tienen por objeto último la rehabilitación de la figura de Iósip Stalin. Por ejemplo, ese mismo día, el 2 de febrero, los autobuses circularon en Volgogrado, y también en Moscú y San Petersburgo, con el retrato de Stalin estampado en ambos lados de la carrocería. Como ya vienen haciéndolo, por cierto, cada 9 de mayo. También cabe traer aquí a colación el caso del manual escolar de mayor difusión en la Federación de Rusia, donde Stalin es propuesto a la admiración de los escolares, o la decisión del ayuntamiento de Moscú, en 2009, de restaurar, en el hall de la estación de metro Kúrskaya, un relieve con una frase de alabanza a Stalin Stalin nos crió en la lealtad al pueblo, nos inspiró al trabajo y al heroísmo extraída del viejo himno soviético, que había sido retirada a fines de la década de 1950.¿Puede alguien imaginar que el ayuntamiento de Berlín, para conmemorar a las víctimas de la batalla que asoló la ciudad y selló la derrota de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo, pusiera a circular sus buses y tranvías decorados con retratos de Adolf Hitler? Supongo que no. El hecho de que hoy sea posible rehabilitar a Stalin en Rusia, desde luego, testimonia que el ejercicio del poder, en manos de un individuo como Putin, guarda más relación con las tradiciones vétero-soviéticas que con hábitos democráticos. Pero sin duda también es el reflejo de esta dóxa, vigente más allá de las fronteras de la Federación: que todavía hoy es posible y hasta aceptable perdonar los crímenes del comunismo, en nombre de la supuesta bondad de sus ideales. El comunismo, con su aspiración a una sociedad sin clases, perfectamente igualitaria, no merecería el oprobio de ser equiparado al...

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