La vocación y una cama con gusanos

I José tenía todos los números de la lotería para el fracaso. Sin embargo, apostó a ganador, sobre todo porque confió plenamente en sus capacidades y en otra cosa a la que muy pocos hacen caso, su vocación.Tener un llamado, querer con pasión hacer algo, es un don que definitivamente a todos los seres humanos nos dan cuando nacemos. José lo sabía, desde muy joven lo tenía claro y por eso trazó sus objetivos. Siendo un hijo de madre soltera, y por ende trabajadora, en una época en la que eso era pecado no lo marcó ni lo detuvo. Y sus maestros se dieron cuenta, los curas salesianos del liceo San José de Los Teques entendieron que había que apoyarlo.Después de pasar con hono res los estudios básicos, fue a la Universidad Central de Venezuela con el firme propósito de prepararse para ser médico. Hizo de todo, hasta robaba gallinas para comer, pero puntualmente cada mañana, de flux y corbata, estaba en el hospital Vargas para recibir clases, para ver enfermos, porque su vocación era sanar, y lo hizo hasta su muerte.II Así como José, muchos otros han seguido el mismo llamado. Mi padre se enorgullecía al reconocer que el cuerpo médico que se formaba en las universidades del país era uno de los mejores de Latino américa, y casi del mundo, y estaba en lo cierto.Los muchachos que aspira ban a un cupo en la UCV, la ULA, la UDO lo hacían con la firme vocación que los motivaba a curar, dar vida, ayudar.Hablo en pasado, pero lo mismo ocurre cada día, cada año en todo el país. No voy a negar que alguno usará esa oportunidad para mercadear un servicio como si vendiera papas, pero los más, la mayoría, lo hace por atender ese llamado, por usar apropiadamente un don que les dio el cielo en beneficio de los demás. Nada más noble.Y más ahora, cuando José, ese mismo José pero del siglo XXI, llega al hospital Vargas o cualquier hospital a recibir una clase, a pasar...

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