Almandoz: un paseante latinoamericano

Son muchos --demasiados-- los puntos de encuentro y de fuga que tengo con este libro. El 22 de noviembre de 1963, cuando los Almandoz Marte y el niño Arturo se mudan a la casa en los altos de San Bernardino, el presidente Kennedy es asesinado de dos disparos en Dallas, como pudimos ver, acongojados y tiempo después, en la fortuita toma de Zapruder. Yo había cumplido los 9 años de edad y ya vivía en Mariara, que desde esos tiempos es una comarca de falsos equilibrios entre la cultura campesina (heredera de la antigua hacienda de caña del Conde de Tovar y de las posteriores siembras de añil y algodón en sus extensas vegas hacia el sur, hacia los bordes del Lago de Valencia) y su improvisado, fortuito y enrevesado acceso al desarrollismo que la empresa Covenal (Corporación Venezolana de Aluminio y su posterior estadio, la Constructora Venezolana de Vehículos) impulsó e impuso en la comarca, montándonos a juro en esa modernidad periférica de la que bien habla Beatriz Sarlo con relación a Buenos Aires.

Del encuentro entre la calle de tierra frente a mi casa y el asfalto en las vías principales que conducían, más allá de la línea del ferrocarril, a la Compañía; del entresijo existente entre la mula del agricultor y las bicimotos de la nueva y vistosa clase obrera, deviene ese carácter tan propio de este pueblo, y del país en general, siempre a medio camino entre lo premoderno y lo moderno.

El nombre del presidente norteamericano viene al caso, porque en diciembre de 1961 visitó Mariara, inaugurando junto a Rómulo Betancourt el asentamiento campesino El Deleite, en el marco del programa de la Reforma Agraria y la firma del convenio Alianza para el Progreso el cual, atiborrándonos con sus latas de aceite, sacos de trigo y leche en polvo, buscaba frenar el franco avance de la Revolución cubana en América Latina. El asesinato de Kennedy pasó a ser un punto de quiebre en la historia del municipio. Por la vía del luto colectivo, Mariara se vio inmersa durante un instante en la historia universal del siglo XX, tal como le ocurre a los personajes de El día que me quieras, de José Ignacio Cabrujas, con el refulgente Carlos Gardel, iniciado en el arte de centrar manteles con la princesa de Holanda, y enseñando el truco en el patio interior de la casa caraqueña de la familia Ancízar, en los últimos días de abril del año 1935.

Acerca de esta atmósfera y de muchas cosas más, viene a hablarnos Arturo Almandoz en sus Crónicas desde San Bernardino. Del arco que...

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