Carlos Andrés

En octubre de 1977 preparábamos la primera de las ofensivas guerrilleras para de rrocar a Somoza, y creíamos que Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, era clave en aquellos planes. Pero no sabíamos cómo llegar a él, hasta que se nos ocurrió que la mejor puerta de entrada al Palacio de Miraflores era Gabriel García Márquez, y me fui a buscarlo a Bogotá. Jamás nos habíamos visto. Le conté todo el plan, sin omitir los 1.200 hombres sobre las armas que asaltarían las fortalezas de Somoza y que en verdad no existían sino en un reducido número, y él me escuchó sin perder palabra. Luego tomó el teléfono y preguntó a qué horas salía un avión hacia Caracas. El resultado de su entrevista con Carlos Andrés colmó nuestras esperanzas. Apenas liberáramos la primera ciudad, Venezuela reconocería el gobierno revolucionario. Cuando poco después me tocó tratarlo, me di cuenta de que era un conspirador de agallas, dispuesto a correr los riesgos que nacen de un buen complot, y a dejarse seducir por sus atractivos. Quizás una de las cosas que más lo perjudicó en la vida, siendo un político bien curtido, fue precisamente su entusiasmo, y su generosidad, para ayudar a otros a ganar causas con futuro, o de antemano perdidas, sin llevar cuentas. Desde entonces nos hicimos amigos, le visité muchas veces en el despacho presidencial de Miraflores, y no hay duda de que sin su respaldo no hubiera sido posible botar a Somoza. Fue un respaldo generoso, sin condiciones, y cuando vino el triunfo de la revolución, ese respaldo fue siempre generoso, pero crítico. Su preocupación por Nicaragua siempre fue angustiosa, ya la revolución disuelta en humo, y lo siguió siendo hasta su muerte. En abril de este año...

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