El caso de Kenia

Olga Fonseca, ministra consejera y diplomática de carrera, días después de haber dejado las turbulencias de la torre MRE en el centro de Caracas, una de las ciudades más inseguras del mundo, encontró la muerte en el continente africano, tierras lejanas que no le eran extrañas, pues había vivido en Gabón durante los primeros años de su carrera. Iniciaba responsabilidades como Encargada de Negocios en nuestra misión en Nairobi cuando la tragedia tocó las puertas de nuestra residencia oficial en el lujoso vecindario de Runda. El asesinato de Fonseca es especialmente triste y complejo por las extrañas circunstancias que rodean el caso, y sobre todo por tratarse de una valiosa diplomática venezolana acreditada ante un país amigo. Para el Gobierno de Venezuela, las referencias negativas que hoy circulan en los medios internacionales por causa de esta nefasta desventura no pueden desvincularse de esa manera discrecional y poco profesional como se maneja nuestro servicio exterior en estos tiempos. La administración de Maduro le dio a Olga Fonseca una tarea bastante compleja: resolver el entuerto que había dejado el anterior jefe de misión, Gerardo Silva Carrillo, a quien tres empleados locales habían acusado ante las autoridades del país por acoso sexual. Qué calaña. El neodiplomático huyó a París dejando muy mal la imagen de Venezuela ante el Gobierno y el cuerpo diplomático acreditado en Nairobi, luego de violarle derechos fundamentales a esos empleados locales. No era cualquier delito.

Aparece en escena otro personaje que también sale de las filas externas a la diplomacia profesional, Dwight Sagaray, encargado de la misión hasta la llegada de la nueva designada. El primero se...

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