Para comprender el mal político

Es obligación del buen sentido dar cuenta de la pregunta que interroga por una praxis política asumida como instrumento de revancha y saña, de odio y perversión, no exenta, por cierto, de muchas de las patologías ya descritas por Freud, en su transitar por los laberintos del inconsciente en busca de la explicación comprensible que le permitiera extender la diagnósis de rigor, a fin de superar los extravíos de una mínima racionalidad. Y, ciertamente, durante los últimos años hemos sufrido en carne propia la amenaza, la descalificación, la censura, la represión, el aislamiento, la persecución.En fin: el maltrato como modo de relacionarse con todo aquel que es percibido no como adversario sino literalmente como enemigo, como un apátrida, un infiel, que debe ser aplastado, eliminado, hasta su completa desaparición.Los términos, puestos en el caldero del cocido de la ideología, se invierten: quienes agreden se perciben a sí mismos como los defensores de la patria, en contra de sus enemigos. El maniqueísmo aparece entonces con todo el engañoso brillo, de piedra porosa, que lo identifica: aquellos que no estén a favor, recibirán un castigo implacable, pues son menos que la nada. Aquellos que, en cambio, estén con el proceso gozarán del privilegio de una nueva Jerusalén, aún más maravillosa, aunque eternamente por hacer, en los sueños de los improvisados profetas del novísimo mesías galáctico: quienes quieran patria, vengan conmigo. Después de todo, el Oriente no parece estar tan lejos.La pregunta que de riva de semejante premisa es la siguiente: ¿es el mal revestido de bondad, efectivamente, una forma de ejercer la función política? En otros términos, ¿existe una praxis política del mal y, en contraposición lógica a ella, una política del bien?

Ese asilo de la ignorancia En un artículo de opinión de reciente data, titulado El madurismo, última etapa del chavismo, Fernando Mires sostiene que los venezolanos vivimos en tiempos prepolíticos. Los tiempos prepolíticos se caracterizan por ser, al decir de Spinoza, tiempos de temor y esperanza: la violencia y la religión entendida como fanatismo tuercen la voluntad y nublan la razón. Son tiempos, como dice Hegel en la Filosofía del Dere cho, de sobrecarga de la mora lidad, contrariamente a lo que se cree, porque son tiempos en los que cada quien y cada cual cree poder cobrar justicia por su propia mano, y porque cada individuo imagina su muy particular significado de el bien y lo universaliza: se trata...

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