Copia certificada

Tim Burton sale del foso de la intrascendencia con su nueva obra maestra, Frankenwee nie, versión amplificada de su cortometraje homónimo, así como una adaptación libre y ecléctica del re lato clásico de Mary Shelley sobre la creación de la vida artificial en una época de conmociones tecnológicas. El prometeo moderno encarna las pasiones y fobias de la moral anglosajona ante la génesis de la Revolución Industrial, cuando las máquinas amenazaban con barrer al hombre de la faz de la Tierra. De aquellas pesadillas tempranas de la ciencia ficción nacieron los avatares de la sociedad del espectáculo. Entonces surgieron los replicantes de Hollywood para capitalizar los miedos de la depresión de los treinta. Universal Studios contrata a James Whale y juntos fabrican el mito de Boris Karloff. En adelante, el filón será explotado por los genios y los artesanos menores del género. Pocos pasarán a la historia. Del grupo cabe destacar el empeño de James Cameron. Titanes como Kubrick, Spielberg, Scott, Verhoeven y Cronenberg tampoco se quedan atrás en su exploración de los abismos de la distopía y el no futuro de la especie humana. Por mérito y esfuerzo, al conjunto dorado pertenece el director de Sleepy Hollow, dueño de una poderosa y compacta filmografía dedicada al tema en cuestión, no exenta de altibajos. Sus puntos ciegos y discutibles son conocidos: El planeta de los simios, Ali cia en el País de las Maravi llas, Sombras tenebrosas y Charlie y la fábrica de cho colate. De un tiempo para acá, el realizador avanza a trompicones por una artería minada de piezas fallidas y promesas rotas en finales decepcionantes, por mero compromiso corporativo. Justo ahora, después de arar en el mar de la creatividad perdida...

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